Las primeras tomas de contacto con textos de Kiko Amat fueron en prensa, y más en concreto en la prensa musical. Sus reseñas de discos, artículos y entrevistas estaban en sintonía con mis gustos por el power pop, la cultura mod (aunque nunca he ejercido como tal), el pop de guitarras viniera de donde viniera, ya fuera de un barrio de extrarradio catalán o de las antípodas australianas. Frases contundentes, ritmo vibrante, como buenos riff de guitarras. Así que tarde o temprano debía caer en las redes de su literatura. Primero fue "Cosas que hacen bum" y ahora "Revancha". Si una es una historia más o menos cercana en experiencias al escritor en el tránsito a los primeros momentos de la madurez, en la segunda se retira unos pasos para hacer un retrato de unos personajes que tienen como único asidero la violencia. La última novela de Kiko Amat se sumerge en una Barcelona y extrarradios donde parece que no hay lugar para sentimientos elevados, sólo hay posibilidad de hacerte un hueco a martillazos y patadas con punta de acero.
Como comentó el autor en un encuentro con lectores en la sala de la Plaza de Toros de Málaga quería indagar en el por qué de la maldad y el ejercicio de la violencia. Fantasea rastreando ese momento primigenio en el que la bondad es expulsada y se pregunta si esos hombres que veía en su barrio machacar, amenazar, imponer su ley habían sentido alguna vez el calor de su familia o amigos. Amador, uno de los personajes protagonistas, parece condenado a perpetuar los puñetazos, los navajazos, la vida al límite de su familia. ¿La salida? abrazar a otro clan, los ultras del Barcelona años antes del procés, que deviene en banda criminal con el Cid al frente. En este ambiente tóxico Amador reprime su homosexualidad. Kiko Amat no pone paños calientes, no juega al sentimentalismo de la víctima. El torrente de palabras, frases y párrafos lo engulle todo a su paso. Enfrente otro cauce caudaloso de emociones reprimidas, un gigante, una mole, una estrella juvenil de rugby, refugio de una hermana y su sobrina. César golpea, machaca también, a diferencia de Amador, tiene un código ético, es el ejecutor de una justicia en suspenso. Me recuerda al personaje de la novela corta de Jonatham Ames "En realiadad, nunca estuviste aquí", y al que le dio vida Joaquin Phoenix en la gran pantalla en la película homónima. Los dos armados con martillos, los dos en busca de seres indefensos. ¿Está Amador y César condenados a chocar?¿Podrán encontrar un lugar en el mundo que les ha escupido?¿Hay lugar para la redención o se tienen que conformar con una desperanzada revancha?