miércoles, 19 de junio de 2019

Lecturas en el rebalaje - "Sábado, domingo" de Ray Loriga.

Generación Kronen, Generación X, Generación de los primeros 90, el Grunge, la actitud nihilista de chicos y chicas bellos en la España olímpica y del Curro ahogándose en el Guadalquivir, ahí estábamos en el tránsito de la plácida y soleada adolescencia a la realista madurez. Ahí colocaba yo al escritor Ray Loriga, para mí el chico de Cristina Rosenvinge y actor secundario en la película de culto "Todo es mentira", un tipo cool, de áurea magnética. Y ahí estaban también sus novelas, "Héroes", "Caídos del cielo", entre otras.  Seguramente su literatura estaba cerca de mí, pero yo nunca de ella. Hasta hace unas semanas.



Decidí abrir sus páginas gracias a la entrevista al escritor en el programa de radio3 Efecto Doppler y una frase que siempre funciona conmigo cuando Rita lee en su sillón, en esta ocasión con la novela "Sábado, domingo": "Te va a gustar". Entonces, de manera inevitable, entendí que era el momento de acercarme a un autor que en los últimos años había estado de ida y vuelta. Este hecho le reviste de una cercanía que le despoja del glamour distante que otorgamos a quienes creemos que están tocados por los dioses. Y en su novela "Sábado, domingo" encuentro que no estábamos tan lejos.

Nos situamos en dos tiempo, el sábado de la adolescencia, llena de posibilidades, de promesas, pero en donde aparecen las primeras renuncias. En su estilo simple y directo, casi coloquial, que en imágenes se trasladaría a una película de John Hughes y las novelas de Martín Casariego y el David Trueba de "Cuatro amigos", el protagonista vive el verano junto a su amigo Chino, bala perdida en ciernes que ejerce sobre él un poder del cual no sabe desembarazarse, o más bien no quiere. Una noche tras una fiesta juvenil conocen juntos a alguien. El recuerdo de esa torcida noche impregna el segundo tiempo narrativo, el domingo de una madurez en el que el lema parece ser propio del Bartleby de Melville: "preferiría no hacerlo". Es padre, es un profesional sin ninguna ilusión, escritor mercenario para el departamento de promoción de empresas, no se atreve a romper barreras para confesar su amor. Es consciente de que no deja huella, de que no hay nada en su interior para crear ficción más allá de unos folletos promocionales. Ni el valor para afrontar la realidad de ese recuerdo, acaso mítico, acaso excusa para construir una vida.

Ray Loriga con esta novela mucho más generacional de lo que parece, más profunda de lo que su estilo sin pretensiones muestra, pese a un tercio final algo reiterativo y que decepciona en las expectativas creadas del sábado (¿es un juego dentro de la propia novela?), sigue semanas después de su lectura dando punzadas, planteando la pregunta de si estamos condenados a domingos rutinarios y desapasionados.