martes, 16 de junio de 2020

Maribel Martín y Susana Rico, ganadoras del concurso "Relatos de un confinamiento" de la asociación Cortos de Vista.

El 15 de marzo, dos días después de la declaración del estado de alarma en España por causa de la pandemia del Covid19, desde la asociación cultural Cortos de Vista decidimos convocar con nuestros propios recursos, sin apoyo institucional ninguno, el concurso "Relatos de un confinamiento". Éramos conscientes de lo extraordinario de la situación en la que estábamos inmersos y que podría servir de inspiración para escribir, como al mismo modo una manera de superar, a través de la ficción, los dísa de encierro. Además, con la intención de conectar estos relatos con el mundo audiovisual, planteamos como premio la adaptación a guión de cortometraje para su posterior producción. El reto era también no extenderse más allá de doscientas palabras. Y a medida que nos iban llegando eran publicados en el muro de facebook de Cortos de Vista de Nerja.

Rita Sánchez, pta. de la asoc. Cortos de Vista - Maribel Martín, ganadora - Susana rico, ganadora.


Treinta y uno fueron los cuentos recibidos hasta el 15 de mayo en los que se abordaba el confinamiento y los momentos duros vividos desde la fantasía, la denuncia social, el humor, la autoayuda, el costumbrismo y el terror, entre otras visiones del encierro. Una vez comprobada la variedad y la calidad de los textos participantes decidimos en lugar de dar un solo premio de 150 euros al mejor relato adaptable a cortometraje, también otorgar otro premio de 150 euros la mejor relato literario.

El jurado determinó de manera ajustada que los relatos vencedores de un confinamiento son:
- "Caído del cielo", de Maribel Martín, al mejor relato de un confinamiento para cortometraje.
- "Infectada", de Susana Rico, al mejor relato literario.

A continuación podéis leerlos.

CAÍDA DEL CIELO, de Maribel Martín.
No me lo podía creer. Siempre peleándome con el tiempo… y ahora, como por arte de magia, sin esperarlo, cayó del cielo. Obligatorio, casi a punta de pistola. Me puse hasta contenta. Podría pintar hasta la saciedad. Experimentar sin parar. Ya no había obligaciones por las que tuviera que interrumpir mi proceso, mi arte. Me haría más grande. Cada vez más realista hasta alcanzar la perfección. Mi confinamiento por el Covid19 empezó cumpliendo mis deseos. Pintaba día y noche, en lienzo, papel, cartón, en todo lo que tenía a mano. Y así, entre retratos, la cuarentena se iba prorrogando. Lejos quedaban ya, los primeros cuarenta días del encierro. Empezaba a andar escasa de materiales. Hacía el apaño con lo que me iba quedando, pero ya no conseguía esa luz que le insufla la vida a una obra maestra. Algo estaba fallando. Los colores dejaron de responder a la teoría del color. La piel de mis últimos retratos resultaba violácea. Dejé de pintar. Observaba mis cuadros todo el tiempo. Sólo descansaba cuando dormía y cada tarde a las 8 para aplaudir desde el balcón, ritual que me separaba los días. Estudiaba cada pincelada y la mezcla de colores que la originó. ¡Seguía sin entenderlo! Una mañana, el miedo me gritó en los ojos. La piel de Águeda, una de mis obras más satisfactorias de mediados del confinamiento, se había vuelto cetrina. A toda prisa la saqué al balcón, quizás necesitaba aire y sol. Con lágrimas en los ojos miré al cielo. Pedía una explicación. La respuesta me cayó encima en el acto. Con una sonrisa en los labios corrí al caballete y empecé a pintarles mascarillas a todas mis criaturas, quedando así protegidas frente al contagio.




INFECTADA, de Susana Rico
Tengo un cuchillo y él no lo sabe. Sonrío. Lo guardo en la bota donde es fácil de sacar.
Oigo las llaves y mi cuerpo tiembla. Siempre me ocurre. Pero hoy mucho más, porque hoy es el día. Respiro hondo. He de estar tranquila.
Se abre la trampilla y la luz se cuela por el hueco. Por fin puedo ver, hasta ahora todo era oscuridad. “Respira. No hables o notará que te tiembla la voz. No le mires a los ojos o lo adivinará, pero tampoco rehúyas demasiado su mirada. Sé cariñosa, pero no en exceso”.
–Mira, preciosa –dice mientras baja.
Es un peluche. Me lo lanza, lo cojo. Respiro hondo. Sonrío.
–Anda, bájate los pantalones. Estoy cansado.
Siento el cuchillo en la bota. “Aún no. Espera”
Obedezco. Siempre obedezco.
Con las bragas en las rodillas, me doy media vuelta. Abro las piernas. Su cuerpo me embiste. Jadea. “Aguarda”.
“Aún no" Ahora”. Cojo el cuchillo. ¡Zas!
Nos miramos. Me subo la ropa.
–Adiós, papá –huyo.
“¡Estoy fuera! ¡Por fin! ¡La calle!”
“¿Qué son esas luces?”
–¡Vuelva a su casa, señorita! ¡No puede estar aquí!
–Pero…
–¡Vuelva!
–¡Mira, está sangrando! ¡Es una infectada!
–¡Vuelva o disparo!
–Pero… ¡No puedo!
¡Pum!