Suena rotundo, expresivo en su simpleza. En las primeras palmadas no le presto atención. Hace un mes se acabó la ceremonia comunitaria del aplauso, sin previo aviso. Ha vuelto el manto sonoro de la calle, pero en ondas de crisis. Por el ojopatio llega el eco reverberado de las tertulias televisivas. La olla exprés y la lavadora centrifugando compiten en decibelios. Y sin embargo, sobre esos sonidos, se impone un aplauso continuado, de ritmo constante. Ni se acelera ni altera el compás uniforme. Se lo atribuyo a alguien que se suma a alguna de tantas convocatorias de apoyo o rechazo. Dura aproximadamente dos minutos. No le doy mayor importancia y en casa tampoco nadie lo comenta.
En estos días espero la llamada para reincorporarme al trabajo. El confinamiento ha terminado y sigo encerrado entre las cuatro paredes, aunque pueda salir al exterior. Estoy cansado de hacer la misma ruta de los paseos. Moverme por otras plazas y espacios es reencontrarme con personas que han retomado el sentido de su día a día. Hay quien me da soluciones para cualquier problema vital, económico y gubernamental. Yo solo me encojo de hombros y contesto que espero una llamada.
Vuelve a sonar el aplauso. A la misma hora, a las 20h. esas palmas, de nuevo solitarias, se imponen sobre cualquier otro sonido. Conmigo no hay nadie más, están todos paseando. Me asomo al balcón. En las ventanas y balcones vecinos no distingo a ninguna persona autora de los aplausos. Y otra vez duran aproximadamente dos minutos. Busco en internet alguna quedada planteada a esa hora. No encuentro nada. Al volver Rocío a casa con los niños le cuento lo ocurrido. Le resta también importancia. Puede ser el vecino del 4d2 que protesta continuamente en las juntas de la comunidad o podría ser Angelita, enfermera jubilada que continuaría homenajeando a sus compañeros. No quiero entrar en detalles de que las palmadas eran fuertes, como si las dieran justo en una habitación contigua y no en un balcón a casi treinta metros de distancia. Ni tampoco que fueran calcadas en dos ocasiones distintas.
Al día siguiente decido dar un paseo. En el rellano de la escalera me encuentro al vecino del 4d2. Le pregunto cómo lleva la vuelta a la normalidad. Está bastante contento porque no había sido afectado por el virus. Además ha vuelto al trabajo. Me atrevo a comentarle el tema de los aplausos. Él no ha estado pendiente. Un día veía una serie de televisión y en otro ocupado en su turno en la empresa. No insisto. En el paseo marítimo camino más pendiente al móvil y a la esperada llamada que al trasiego de personas. Sin querer choco con una pareja de ancianos. Ponen el grito en el cielo por mi despiste. Intento pedirles perdón, pero no atienden a razones. Unos policías acuden al jaleo de la pareja. Me piden documentación y explicaciones sobre mi encontronazo. No sé qué decirles, solo me encojo de hombros asegurando que prestaré más atención. Con una amonestación verbal me alejo del corrillo que se ha formado por el escándalo. Al girar la esquina para perder de vista el paseo marítimo vuelvo a comprobar el móvil. Son casi las 20h. Por un impulso salgo corriendo hacia casa. Llamo casi sin resuello a Rocío para que no salga y permanezca atenta a los aplausos. Burlona me dice que estará pendiente. No me da tiempo a subir. Así que me quedo en la calle, debajo de mi balcón. Miro la hora en el móvil y justo cuando los dígitos 19:59 se convierten en 20:00 se inicia el aplauso. Mismo compás, mismo ritmo, misma intensidad, solitario y nadie en la fachada del edificio, ni en ninguno colindante. Giro buscando el origen del sonido. Me ciega el sol de la tarde. Alguien asoma la cabeza en mi balcón. Rocío mira a un lado y a otro. Los aplausos continúan. Le grito para hacerme oír por encima del aplauso. Este para otra vez a a las 20:02. Ella no me ve. Subo corriendo por las escaleras, saltando los escalones de tres en tres. No acierto a encontrar las llaves de la puerta. Rocío es quien la abre. Me pregunta sorprendida por mi agitación. La miro durante un momento. Espero la respuesta que necesito. Ella asiente con la cabeza. Le pregunto quién es. Rocío, más seria, no ha visto a nadie. Suena mi móvil. El número de la llamada entrante corresponde a mi jefe. A partir de mañana puedo empezar a trabajar en el turno de la tarde. Volvería a la hora de la cena. Es distinto a mi horario anterior, con peores condiciones, pero es lo que me puede ofrecer por el momento. Lo prefiero, no quiero estar en casa a esta hora.
de Ricardo Popbelmondo.