¿Estaría a la altura? Ese pensamiento martilleaba a Marcelo desde el momento de la firma del contrato con la productora cinematográfica. Sin poder dormir, abrazaba el inodoro esperando una nueva arcada. No lograba mitigar el hormigueo que le recorría desde la nuca hasta las yemas de los dedos. Se sentía paralizado. Con las piernas encogidas, dispuesto para un nuevo abrazo, no perdía de vista el rollo de papel higiénico que en pocos minutos había menguado. No recordaba si en el ajetreo de las últimas semanas había comprado material de limpieza y aseo. Eran tiempos de jornadas maratonianas, de reuniones y poquísimas horas de sueño. Esa tensión y cansancio acumulados podían estar pasándole factura. Pero Marcelo sabía que esa no era la causa.
Se conocieron en el departamento de producción audiovisual de una agencia de publicidad que igual lanzaba la carrera política de un promotor inmobiliario que intentaba vender frutos subtropicales en los países nórdicos. En muy pocas ocasiones lograban colocarles a los directivos de la agencia las ideas más imaginativas. Cansados de los rechazos decidieron guardarlas para sus propios proyectos. Los guiones los escribían a cuatro manos. Marcelo asumía el rol de director, mientras Mario se convertía en su alter ego frente a la cámara. Sus gustos se complementaban. Marcelo quería mantener el rigor narrativo, seguir los cánones de la cinefelia ortodoxa. Apelaba a la esencia del relato, a la mirada de los intérpretes, nada más verdadero que desnudar la naturaleza humana. Mario, sin embargo, les arrastraba hacia el ruido y la furia, hacia el movimiento de cámara y personajes. Su lema: la vida es caos, delante y detrás de la cámara. Entre ellos la fricción y las chispas incendiarias eran lógicas, pero esa energía de choque era constructiva, basada en el principio común para ambos de que la ficción era la única huida hacia adelante. Y además habían disfrutado de una adolescencia feliz en pueblos de playas mediterráneas. Tampoco conocían a nadie más que confesara devoción por “The last picture show”, de Peter Bogdanovich. Para Marcelo y Mario significaba una conexión cinematográfica con la nostalgia de los días de salitre en el rompeolas de sus pueblos. En la película al sur de Texas, en sus vidas al sur de España. Allí situaban historias de terror minimalista, comedias de pipas y nevera portátil, culebrones iconoclastas con turistas y paisanos que explotaban la gallina de los huevos de oro, relatos noir de supervivientes gracias al menudeo. Poco a poco consolidaban la producción con más medios, más ambición y con la complicidad de un equipo humano pequeño, pero sobre todo aguerrido y entusiasta. Soportaban horas sin sueño y exigua retribución económica a cambio de la ilusión de generar otras vidas que un incierto público vería en algún momento en no se sabe qué festival, pantalla o dispositivo. Con estos elementos crearon un universo paralelo. Marcelo y Mario jugaban a la confusión de quién era el demiurgo, incluso difuminaban las líneas de sus propias identidades cuando alguien se acercaba a ellos o salía toda la troupe a festejar una buena jornada de trabajo. Eran un galaxia con dos estrellas.El momento de máxima expansión de la dupla creativa llegó con la webserie “El verano sin ti”. No supieron bien cómo fue creciendo la atención de los espectadores, que aumentaban en número capítulo a capítulo. Sí habían cuidado más la promoción en redes sociales. Mandaron enlaces a medios especializados, que vieron algo distinto en su propuesta. Esta nacía de gente ya veterana, aunque desconocida, dueña de un discurso narrativo propio, la nostalgia en la recuperación luminosa de una arcadia feliz. Dio el salto al gran público cuando la prensa generalista encumbró a la webserie como la nueva sensación. Destacaban que no se encontraban ante el pastiche habitual en las parrillas de programación, elaborado por la suma de algoritmos que cosen un engendro sin vida. Al contrario, “El verano sin ti” rebosaba vida en cada segundo. Pero no adivinaron que la implosión del universo era inminente.
Marcelo volvió a vomitar con las manos aferradas a la tapadera del inodoro. Se limpió la boca con el papel higiénico. Se tanteó en los bolsillos. Sacó el móvil, que al acercárselo a la cara le iluminó como a un personaje de película muda expresionista. La hora de la alarma para despertarse estaba próxima. Cambió la opción de avión a disponible. No había ningún mensaje de Mario y sí de la productora, de los asistentes de dirección, de la directora de fotografía, de amigos. No leyó ninguno.
El episodio final de "El verano sin ti" generó expectación. La webserie había logrado una legión de seguidores que lanzaban teorías en redes sociales. Sus creadores habían cerrado la producción antes de ser colgada. El final no estaría influido por la opinión de la audiencia. Callaban divertidos dejando campo abierto a la especulación sobre el final. En ellos existía el deseo implícito de que había llegado el momento de ser por fin reconocidos. En pocas ocasiones lo habían hablado para no crearse ilusiones que no se cumplieran. ¿Buscaban el éxito o solo contar historias que les motivaran dentro de su particular universo? No tenían respuesta. Mario soñaba con participar en grandes películas y series de televisión. No ocultaba que quería ponerse en la piel de grandes personajes que cautivaran a una audiencia millonaria, aunque ya había superado los cuarenta. Marcelo se reía ante la visión de su compañero, prefería ser más prudente, pero reconocía que para él sería un desafío estar al frente de un amplio equipo sin sentir que cada golpe de claqueta era un parto. Merecía disfrutar de los aspectos más creativos de la dirección sin atender a cada una de las tomas de decisiones de las grabaciones que hasta entonces había vivido. El dilema se materializó sin previsión, un giro en foma de deus ex machina que cualquier gurú del guion perfecto tacharía con rotulador rojo o borraría tras "seleccionar todo" y pulsar el botón de borrado.
Mario y Marcelo escuchaban en una amplia sala de reuniones a los directivos de una pujante plataforma de contenidos audiovisuales que en pocos meses había logrado cientos de miles de suscriptores con una oferta de nombres consagrados, con libertad creativa y cifras seductoras en el contrato, y nuevos creadores como atractivo laboratorio de ideas alternativas, desmarcándose de la rutina del resto de competidores. Les elogiaban por el éxito imprevisto de "El verano sin ti" y por las sensaciones que les habían provocado, aunque ellos eran mucho más jóvenes que el dúo, habían captado la esencia universal que comparte cualquier persona, sus deseos y miedos. Los dos asentían, pero esperaban cautos a cuál sería la segunda parte a la propuesta de incluir la webserie dentro del catálogo de la plataforma. Los ejecutivos eran conscientes de la expectación y encendieron la gran pantalla que presidía la sala de reuniones. En tipografía neón, opuesta a la sencilla y neutral utilizada en la webserie, apareció el título "El verano sin ti - la película" en una animación gráfica acompañada por una reinterpretación flamenco trap de la sintonía. Mario y Marcelo no se inmutaron ante las explicaciones y propuestas de aquellos jóvenes con viejas maneras de entender el negocio de la producción audiovisual: Tú pones algunas ideas, yo el dinero. Adivina quién gana. Se explayaban sobre cómo dar nueva vida al mundo de "El verano sin ti" con cambios de localización, tramas y, por supuesto, nuevos protagonistas. Mario apretó los puños y se revolvió en la silla de diseño nórdico. Marcelo miró de reojo a su compañero, sin perder la atención de la exposición del "reboot", que así lo llamaron. Abrió la carpeta de cartón reciclado que tenía delante. Era la primera vez que ponía cara de póker. Mario amagó con levantarse, pero Marcelo le pasó su otra carpeta como petición para que se quedara. Los dos leyeron callados el dosier. Los directivos seguían mostrando detalles del nuevo verano sin ti. En la pantalla aparecían rostros jóvenes de diversas etnias. Todos sonrientes en un carrusel de posados festivos con ropas veraniegas. Mario señaló que ninguno de esos candidatos a protagonistas se parecía a él, ni siquiera para señalar una conexión en la ficción como posible descendencia. Tras un segundo de silencio, presidido por el rótulo animado de "El verano sin ti - la película", todos rieron en un intento de rebajar la tensión que se respiraba.
Quedaba poco más de una hora para que el coche de la productora lo recogiera para trasladarlo al set de rodaje de la película. Mario y Marcelo tenían por costumbre alternarse en la conducción de la furgoneta en la que cargaban todo el equipo técnico. Mientras uno conducía el otro recordaba el plan de trabajo y analizaban los posibles contratiempos que pudieran surgir. Era más un pasatiempo para infundirse sensación de control. Eran conscientes de que estaban sujetos a la incertidumbre de cualquier imprevisto. Se reían cada vez que comentaban en reuniones algunas anécdotas como aquella ocasión en la que grababan en una calle nunca transitada para capturar una atmósfera única con la última luz de la tarde. La secuencia se tenía que resolver en una o dos tomas por falta de tiempo, además sin posibilidad de repetición en otra jornada por la compleja disponibilidad laboral de los actores. En esos instantes de ahora o nunca apareció una camión cisterna de limpieza con un operario a pie que limpiaba con una manguera a presión la calle siempre vacía hasta entonces. Se quedaron petrificados, los operarios seguían con su labor ignorando la presencia de un equipo de grabación en medio de su itinerario. Mario corrió hacia el camión, subió a la cabina y conversó con el conductor. El que sujetaba la manguera ler miró. Mario nunca contó en qué consistió la conversación. Continuaron la grabación apurando los últimos rayos de sol con un camión cisterna y su tripulación como testigos silenciosos. Fue de los escasos momentos en los que Mario demostró sangre fría. También la mantuvo durante la reunión con los ejecutivos de la plataforma. Si en los primeros compases estaba a punto de saltar sobre sus cuellos, el gesto de Marcelo con el dosier lo apaciguó. Se limitó a observar en silencio a su compañero, a escuchar las propuestas para llevar a buen puerto la película sin traicionar el espíritu original de la webserie. No pestañeó cuando señaló qué posibles intérpretes podrían ser los protagonistas, aunque no tuvieran parecido físico con Mario. Nuevas risas en la sala. Con la promesa de concretar en futuras reuniones, tras consultas con los abogados, la más que posible firma del contrato, director y actor salieron a la calle. Antes de que el primero dijera nada, Mario le animó a continuar y firmar el contrato. Él se mantendría al margen sin ser un obstáculo. Recibiría con gusto el cheque por la venta de la webserie a la plataforma y los royalties resultantes del "reboot". "El verano sin ti - la película" no era su sueño. Había llegado el momento de la implosión, de un nuevo Big Bang en el universo M y M.
Coge la mochila con toda la planificación del primer día de rodaje. Ha logrado beberse un café bien cargado y mantenerlo en su estómago. Contesta a la avalancha de mensajes pendientes. "El verano sin ti - la película" no había llegado a ningún lado. A los pocos días de firmar el contrato la plataforma se declaró en números rojos y revendió su catálogo a los competidores. Estos no estaban interesados en ese proyecto de Marcelo, pero uno de ellos sí le propuso dirigir una tv movie en la que su universo podría encajar. Durante un verano inolvidable un grupo de chicos y chicas viven aventuras sobrenaturales en un pueblo costero que recorren montados en sus bicicletas eléctricas, reza la sinopsis.
Por Ricardo Popbe