jueves, 15 de abril de 2021

Relatos de los días intrusos (XVI) - El juego del gato y el dron.

 La lluvia ha dado una tregua. La llegada del buen tiempo ha animado la vida en el exterior. En el momento de los aplausos nos fijamos en la belleza aleatoria del vuelo de las bandadas de pájaros y en los nuevos nidos bajo los alféizares de las viviendas vacías.

 

Ayer, en la nueva banda sonora de una ciudad en pausa, se coló un zumbido. Duró unos minutos largos para apagarse poco a poco, alejándose. Pero volvió a estar presente en mi duermevela.

 

Hoy por la tarde, mientras nos saludamos los vecinos, regresa el zumbido, mucho más nítido. Una vecina señala hacia un punto en el cielo y saluda alegre. Me cuesta verlo por el barullo de antenas y ropa entendida, pero al volar a mayor altura el dron es por fin visible. Es pequeño, pero rápido en sus movimientos. Se coloca a poca distancia de los balcones ocupados. Los pájaros revolotean curiosos a su alrededor. Durante unos minutos es la distracción del vecindario hasta que desaparece entre los edificios.

 

Esta mañana, mientras leo en el móvil las últimas noticias, el dron vuela de nuevo. Lo hace tan cerca de mi terraza que puedo ver que está equipado con una cámara diminuta. Ese ojo electrónico me mira, curioso, pero también inquisitivo. Me resulta divertido en esta rutina de días clonados. En su fuselaje parpadea un punto de luz verde. Caigo en la cuenta de que alguien me observa en la distancia. Niego con la cabeza, preocupado. El dron me reta acercándose más. Hago ademán de golpearlo, pero las aspas girando a gran velocidad me disuaden. Se mantiene a distancia hasta que se aleja burlón.

Comento por chats con los amigos la experiencia. Ninguno le da importancia. Lo ven como un juego o como una lógica acción de vigilancia de las fuerzas de seguridad para asegurar el confinamiento total de la población.

 

Transcurren un par de días sin novedad, hasta que el zumbido vuelve. Me asomo a la ventana. Allí está el dron, me vigila con su luz verde intermitente. Cierro persianas. Subo el volumen de la música. El zumbido no se apaga dentro de mi cabeza.

 

Llamo a las fuerzas de seguridad. No me toman en serio. Les doy mis datos. Ya iniciarán pesquisas. Sin embargo al día siguiente, a otra hora, el aparato sobrevuela el vecindario. Tras un par de largos vuelos se centra en mi fachada para repetir su juego de "voyeur" alado. Las fuerzas de seguridad tardan veinte minutos en llegar. El dron había desaparecido momentos antes.

 

¿Cierro todas las ventanas y hago así vida o me enfrento a esa presencia volátil y tecnológica? Durante unos días esa cuestión queda en el aire. No aparece en el cielo. Igual los consejos son acertados. Si no tengo nada que ocultar entre mis cuatro paredes, ¿qué debo temer, verdad?

 

Por Ricardo Popbelmondo.