domingo, 15 de diciembre de 2013

Mirando a las musarañas (151) - Una llamada telefónica.


Suena el teléfono. Al otro lado una voz pronunciando mi nombre en diminutivo. Sólo mi madre y mis amigos de la niñez me llamaban así. Desgraciadamente quien con más cariño lo pronunciaba ya no está entre nosotros. Los demás, todos de mi misma edad, siendo yo el mayor de la pandilla. Esa voz podría ser de cualesquiera de aquellos que jugábamos a la pelota, organizábamos guateques y excursiones en bicicleta. Me tuvo en la incertidumbre de saber quién era el tiempo suficiente para que un cúmulo de recuerdos y vivencias pasaran por mi mente. ¡Soy Pedro Luis! Más se avivaron los recuerdos, no en vano vivimos durante nuestra niñez de vecinos en la  misma calle. Él en el número 62 y yo en el 71. Su casa, una de las farmacias del pueblo (siempre la botica para mí), hoy la regenta la cuarta generación de la familia Franquelo bajo la supervisión  de Pedro Luis. Si en mi casa me echaban en falta sabían dónde encontrarme. 

Farmacia Familia Franquelo

Tardes de verano en el patio viendo a su padre con su afición favorita, las palomas, en el palomar, que se accedía por una escalera de madera junto a un cerezo. Tardes de verano escuchando la retransmisión de las corridas de la feria de Málaga por Antonio Carmona, bajo el patrocinio de "¡Cerveza Victoria, Malagueña y Exquisita!" que en el intermedio de cada toro pronunciaba el locutor. Tardes de verano entusiasmándonos con las hazañas de Bahamontes, que luego emulábamos con nuestras bicicletas. Tardes de verano en los ensayos del inolvidable Profesor Franmar, ilusionista y prestidigitador.  Incursiones en la rebotica buscando el mejor sitio para ver una película de Rin Tin Tin, el perro que a todos los niños nos hubiera gustado tener. El tío Juan con su cámara super8 captaba escenas familiares, que con su proyector luego nos mostraba sobre un lienzo o el fondo blanco de la rebotica. Noches de guardia, charlas en la rebotica, punto de encuentro hoy y antes, de amigos y conocidos.

Los avatares de la vida quisieron  que dejáramos de ser vecinos, pero no amigos. Una llamada telefónica, tardes de verano, noches de guardia, la Botica...

Por Ricardo Bajo León.


1 comentario:

Lourdes dijo...

Bonitos recuerdos y magnífico, el narrador.