Se define como dedo interior de la mano que se opone a los demás dedos para asir, a modo de pinza. No habría caído en la cuenta de fijarme en el pulgar o pulgares de las manos de tantas personas, que de manera compulsiva se mueven sobre la pantalla de un teléfono móvil, una tableta o un libro electrónico si no es al pensar del juego que dan a las nuevas tecnologías, no para asir, sino para deslizarse sobre signos, letras y guarismos, para comunicarse por medio de ellos.
El dedo pulgar hacia arriba es un gesto para afirmar y dar consentimiento a una causa y en sentido hacía abajo condenar y negar. El dedo pulgar sirvió como titulo e hilo conductor de un relato de Arthur Conan Doyle, El pulgar del ingeniero. Su huella impresa en un tampón empapado en tinta sirve de firma e identificación.
No sé si la genética, al igual que en el oso panda, dotará a unas futuras generaciones de usuarios de las nuevas tecnologías de un sexto dedo. O tendríamos que pensar en crear un banco de pulgares. Quizás ese uso del dedo pulgar haga que para algunos sea el miembro más valorado de su cuerpo. Nuestro día a día, sin pulgar, es imposible.
Por Ricardo Bajo León.
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