Fue Julio Cortázar quien dio la definición de erotismo más deslumbrante: "El erotismo es ojos más inteligencia, oídos más inteligencia, tacto más inteligencia, lengua más inteligencia, pituitaria más inteligencia, lo demás es pornografía."
Marguerite Duras nos reveló una verdad universal, y es esta: el amor no tiene definición. No existe por sí mismo, no tiene entidad, ni dimensión, ni término. No es algo que se pueda tomar o dejar. El amor solo existe en seres que aman. Por tanto, el amor solo es en los amantes. Esta grandísima mujer tuvo que esperar cuarenta y un años para alcanzar la inmortalidad: es el tiempo que transcurrió desde la publicación de su primera novela hasta la de El Amante, título que la convierte de la noche a la mañana en una autora solicitada en todo el mundo y por el que además recibió poco después el prestigioso Premio Goncourt. A todos emociona esta narración en la que la autora expresa, con la intensidad del deseo, la historia de amor entre una adolescente de quince años y un rico comerciante chino de veintiséis. Esa jovencita bellísima y pobre, que vive en Indochina, no es otra que la propia escritora quien recuerda las relaciones apasionadas, de intenso amor y odio, que desgarraron a su familia y que grabaron prematuramente en su rostro los implacables surcos de la madurez. El Amante apenas sobrepasa las 100 páginas, párrafos que cuentan momentos, instantes, emociones independientes pero que conforme vas leyendo conforman un todo que expone la idea que del amor tiene la autora. Pero hasta que esa unión se produce, los párrafos son como puñaladas o como esputos en la cara. Brutal es el amor según Durás. Brutal de deseo, de locura, de dolor, de muerte.
"Nos han dejado sin secretos, mi amor. Esa soy yo, esclavo y amor, tu ofrenda. Abierta en canal como una tórtola por el cuchillo del amor. Rajada y latiendo, yo. Lenta masturbación, yo. Chorro de almíbar, yo. Dédalo y sensación, yo. Ovario mágico, semen, sangre y rocío del amanecer: yo. Esa es mi cara para ti, a la hora de los sentidos. Esa soy yo cuando, por ti, me saco la piel de diario y de días feriados. Esa será mi alma, tal vez. Tuya de ti." Así habla una mujer consumida por el deseo. En Elogio de la Madrastra, Vargas Llosa nos muestra como la (en principio) más pura inocencia puede acabar transformándose en un ente perturbador y corruptor. "No es abusivo decir que el erotismo representa un momento elevado de la civilización y que es uno de sus componentes determinantes", afirma don Mario. Aquí, con la sabiduría del meticuloso observador que es, el autor nos reta a dejarnos atrapar en la red sutil de perversidad que, poco a poco, va enredando y ensombreciendo la armonía y felicidad que unen en la plena satisfacción de sus deseos a la sensual doña Lucrecia, la madrastra, a don Rigoberto, el padre, solitario practicante de rituales higiénicos y fantaseador amante de su amada esposa, y al inquietante Fonchito, el hijo, cuya angelical presencia y anhelante mirada parecen corromperlo todo. Una inquietante reflexión sobre la felicidad, sus oscuras motivaciones y el poder devastador del deseo.
Justine, escrita por el marqués de Sade lleva como subtítulo "los importunios de la virtud", delicadísima manera de adelantarnos/sugerirnos desde el inicio todo lo que va a pasar la joven protagonista que da título a la célebre novela.Justine no quiere perder su virtud, y a cambio se someterá a todos los tormentos que una mente pueda imaginar. Y a duras penas una llega a creer que todo este catálogo de actos acabados en -ismo y en -agia haya sido creado por una sola cabeza, que eso sí, acabó en la cárcel por defender la libertad de expresión. Siendo un libro erótico, uno de los más relevantes de la historia, también podemos considerarlo un manual filosófico, donde las teorías a favor de la amoralidad y el ateísmo se enfrentan a las de la virtud, la bondad, y la religiosidad que defiende la protagonista del libro. Escrita en el año 1787, aunque publicada por primera vez en 1791, nos narra la historia de Justine, una muchachita que criada en el seno de una buena familia, queda huérfana cuando aún es una adolescente. Con unos principios sobre la virtud muy arraigados, se ve obligada a buscarse la vida en un mundo lleno de libertinos. Tratará a toda costa de mantener y defender esa virtuosidad, pero en el camino sólo encontrará como recompensa toda clase de agravios, ultrajes y humillaciones, mientras que los que abusan sin piedad de ella sólo encuentran recompensas y ningún castigo a sus hábitos depravados. Poco parece haber cambiado el cuento.
Por Rita Sánchez.
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