Es difícil cambiar de hábitos cuando uno se acostumbra a vivir, a comportarse, en definitiva a habituarse a cualquier cosa. Bordeo una tapia en un itinerario que frecuento casi a diario y un dichoso graffiti me hace que cambie mi camino por no ver un espacio reluciente de cal manchado por un texto en grandes caracteres, no por el mensaje sino por la ortografía del mismo. He pensado de proveerme de una brocha y un recipiente con cal para borrar lo que de una manera impune quiere cambiar mi hábito.
Recuerdo las tarjetas postales con la fotografía de un joven bien vestido, con su bigote, propio de aquellos años, y al pie de foto una dedicatoria o una frase amorosa, un tanto cursi. Los troncos de los árboles han sido lugar propicio para escribir un sentimiento o esculpir un corazón atravesado por una flecha, lanzada por Cupido, con las iniciales de quienes querían perpetuar su amor en la corteza de un árbol. Hoy las fachadas de cualquier edificio, da igual sea oficial o una simple casa de vecinos, son invadidas por los llamados grafiteros anónimos, sin el más mínimo respeto. "Ancha es Castilla" y ellos dirán "Ancha y grande es la fachada". Ya no hay postales con esos mensajes y hay menos árboles ofreciéndonos sus troncos.
Los móviles y ordenadores nos han alejado de las cartas de amor con sus reglas. Hoy se escribe como a cada cual le venga en gana. "HOLGA T HAMO", El Jozua, así firma el remitente de tan elocuente graffiti. Por favor sé tú quien le dé una mano de cal a la tapia para que no tenga que cambiar mi camino y mis hábitos.
Por Ricardo Bajo León.
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