Porque necesitamos creer, porque nuestra sed de conocimiento es infinita y porque
sabemos que en el fondo nunca tendremos lo que queremos, el ser humano ha
recurrido a la figura del diablo
para recordarnos que lo único que nos va a hacer felices es vivir en la
ignorancia. Entendemos que Dios no quiere que sepamos. De ahí lo que le pasó a
la pobre de Eva. Cuando queremos saber, cuando queremos la verdad última sobre
la vida o sobre nosotros mismos no es a Dios a quien recurrimos. No es a Dios a
quien citamos en medio de una encrucijada. Llamamos al Diablo, que no tiene
problemas en darnos cuanto queremos, y ni siquiera nos va a pedir que paguemos
por adelantado. Es paciente. No tendrá problemas en esperar para obtener lo que
más quiere: nuestra alma. Así que nos dará todo, aunque ya veremos que no será
suficiente. Pero es que además, normalmente, el diablo pierde. Porque Dios es
tramposo. El Diablo también, pero del Diablo ya lo sabíamos. Veremos cómo Dios
permite estos juegos, participa en ellos para al final sacarse una cláusula de no
se sabe muy bien dónde y redimir al pobre pecador cuyo pecado no es otro que
querer acercarse a su creador. El amor es redentor. El arrepentimiento también
redime. El diablo, de esta manera,
se las ve y se las desea para cobrar.
Es en noches como esta, 31 de octubre, cuando el mundo de los vivos y
los muertos se unen. Es en noches como esta cuando el diablo se pasea por la
ciudad. Estas noches mágicas han
inspirado impresionantes historias, geniales argumentos. Inmortales.
En el Estanque del patriarca de
Moscú, mientras dos miembros del Dramlit, una suerte de gremio de intelectuales
y literatos dedicado a la creación (casi en serie) de obras dramáticas y
literarias, se encuentran inmersos en un diálogo sobre la existencia de la
figura de Cristo, aparece de la nada el Diablo bajo el nombre de Voland. Voland, que se encuentra en Moscú para
celebrar el baile del plenilunio primaveral se hace acompañar de una peculiar
comitiva de malhechores para
arreglarlo todo conforme a su voluntad. A partir de este momento se suceden fenómenos
prodigiosos que trastornan la vida de los moscovitas. Entre los afectados está
Margarita, a la que Satán ofrece, a cambio de su compañía en una fiesta, la
liberación de su amante, el Maestro, que se encuentra en un psiquiátrico después
de la mala acogida de su obra sobre Poncio Pilato (que esconde a la figura de
Stalin) y Yehosua. Margarita accede y Satán, conmovido por
el amor de ambos, los lleva al más allá… y sigue, y sigue, y sigue. Porque hay que leerlo.
Imposible hacer una sinopsis justa de esta obra. El argumento puede
parecer disparatado, surrealista, absurdo hasta decir basta. Pero no lo es.
Esta novela, El Maestro y Margarita, escrita entre 1928 y 1940 por Mijail
Bulgakov y publicada en 1966, son tres novelas en una: la crónica del Moscú
enloquecido por Satán, la historia de los protagonistas, y el desarrollo de la
propia novela del Maestro. Excesiva, fantástica, grotesca, divertidísima, ante
la que planto la rodilla en tierra, es el canto definitivo a la libertad del creación.
Después de don Quijote,
don Juan es, sin duda, la mayor aportación de la literatura española a la
cultura occidental, y como imagino que todos conocemos el argumento de El
burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, voy a centrarme en su personaje. Don Juan desbordó la obra de su
creador para convertirse en mito, pero por su propia condición maligna. Era
algo más que un hombre malvado, algo más que un seductor. Don Juan, por su
soberbia y su rebeldía es la encarnación del mal: la personificación del
demonio. Aunque la grandeza de
esta obra radica en que nuestro protagonista no inspira temor, como pretendía
su autor, sino que despierta toda la admiración y la simpatía en el lector. Mentiroso,
pérjuro, criminal, sí, pero queremos que venza. Don Juan encarna al soberbio
que aspira a convertirse en dios y se proclama único juez y señor de sus actos.
Toda la obra muestra ese proceso de ascensión y desafío, para quebrarse luego
en una terrible caída que confirma lo temerario de su acción. El auténtico pecado
de Don Juan es la soberbia y ese reto al poder divino es castigado con el fuego
eterno. El texto plantea un desafío a la autoridad en todos sus niveles: ni
padre, ni rey, ni Dios. A ninguno obedecerá. De modo que no debemos dejarnos
deslumbrar por el aspecto más superficial de don Juan, porque la lujuria sólo
es un ejemplo de pecado, el más teatral que Tirso pudo elegir, pues muestra la
breve distancia que separa el placer de la caída.
Hemos de tener claro que cuando el diablo se lleva a don Juan a los infiernos
lo que en realidad hace es llevarle de vuelta a casa.
Goethe tardó toda una vida en escribir su Fausto. En ella nos cuenta
cómo Dios y Mefistófeles (el diablo) apuestan a que el segundo puede sacar del
buen camino al doctor Fausto, algo que el primero cree imposible. Pero
Mefistófeles sabe que Fausto es un hombre sabio y profundamente infeliz por la
limitación de su conocimiento. Así que se aparecerá
a Fausto y le propondrá un trato: hará todo lo que Fausto quiera mientras esté
en la tierra, y a cambio Fausto le servirá en la otra vida. Pero si durante el tiempo que Mefistófeles
esté sirviendo a Fausto éste queda tan complacido con algo que aquel le dé,
tanto como para querer prolongar ese momento eternamente, Fausto habrá de morir
en ese instante. Fausto, por
supuesto, acepta. Juntos van a recorrer un largo camino en el que Fausto se
dejará vencer por sus más bajos instintos, hasta el punto de llevar a la
perdición a la hermosa Margarita: la
seducirá, dejará embarazada y abandonará. Desesperada, Margarita tendrá
ese hijo ilegítimo pero lo matará nada más nacer y será condenada por ello.
Fausto intentará salvarla, sacarla de prisión, pero al no poder, volverá a
recurrir al diablo. Ella se niega, horrorizada. Y morirá en los brazos de
Fausto. A partir de aquí la historia se hace más alegórica, con un Fausto que
viaja por el tiempo y presenciará todo tipo de sucesos, con personajes reales,
históricos e incluso míticos (¡conocerá a la misma Helena de Troya!).
Mefistófeles, mientras tanto, aguarda su momento: Fausto encontrará su
felicidad plena (la que suscribe no cree que mereciera la pena tanto para esa
felicidad) y Mefistófeles acudirá a cobrar su alma. Pero Dios no lo permitirá y
recordará cómo nuestro protagonista luchó por salvar a Margarita. Aún quedaba
bondad en él. Ese amor le salvará.
1 comentario:
Leyendo Fausto me acerque a Goethe y al D.Juan, del Burlador de Sevilla, leyendo a Tirso. Y ahora con tus sinopsis mensuales me acercare a Margarita y Voland, leyendo a El Maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgárov. Gracias Rita, por animarnos a leer, con tus acertados comentarios.
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