jueves, 31 de octubre de 2013

En los libros todos amamos al diablo suelto por la ciudad.


Porque necesitamos creer,  porque nuestra sed de conocimiento es infinita y porque sabemos que en el fondo nunca tendremos lo que queremos, el ser humano ha recurrido a la figura del diablo  para recordarnos que lo único que nos va a hacer felices es vivir en la ignorancia. Entendemos que Dios no quiere que sepamos. De ahí lo que le pasó a la pobre de Eva. Cuando queremos saber, cuando queremos la verdad última sobre la vida o sobre nosotros mismos no es a Dios a quien recurrimos. No es a Dios a quien citamos en medio de una encrucijada. Llamamos al Diablo, que no tiene problemas en darnos cuanto queremos, y ni siquiera nos va a pedir que paguemos por adelantado. Es paciente. No tendrá problemas en esperar para obtener lo que más quiere: nuestra alma. Así que nos dará todo, aunque ya veremos que no será suficiente. Pero es que además, normalmente, el diablo pierde. Porque Dios es tramposo. El Diablo también, pero del Diablo ya lo sabíamos. Veremos cómo Dios permite estos juegos, participa en ellos para al final sacarse una cláusula de no se sabe muy bien dónde y redimir al pobre pecador cuyo pecado no es otro que querer acercarse a su creador. El amor es redentor. El arrepentimiento también redime. El diablo, de esta  manera, se las ve y se las desea para cobrar.  Es en noches como esta, 31 de octubre, cuando el mundo de los vivos y los muertos se unen. Es en noches como esta cuando el diablo se pasea por la ciudad.  Estas noches mágicas han inspirado impresionantes historias, geniales argumentos. Inmortales.

En el Estanque del patriarca de Moscú, mientras dos miembros del Dramlit, una suerte de gremio de intelectuales y literatos dedicado a la creación (casi en serie) de obras dramáticas y literarias, se encuentran inmersos en un diálogo sobre la existencia de la figura de Cristo, aparece de la nada el Diablo bajo el nombre de Voland.  Voland, que se encuentra en Moscú para celebrar el baile del plenilunio primaveral se hace acompañar de una peculiar comitiva de malhechores  para arreglarlo todo conforme a su voluntad. A partir de este momento se suceden fenómenos prodigiosos que trastornan la vida de los moscovitas. Entre los afectados está Margarita, a la que Satán ofrece, a cambio de su compañía en una fiesta, la liberación de su amante, el Maestro, que se encuentra en un psiquiátrico después de la mala acogida de su obra sobre Poncio Pilato (que esconde a la figura de Stalin) y Yehosua. Margarita accede y Satán, conmovido por el amor de ambos, los lleva al más allá… y sigue, y sigue, y sigue. Porque hay que leerlo. Imposible hacer una sinopsis justa de esta obra.  El argumento puede parecer disparatado, surrealista, absurdo hasta decir basta. Pero no lo es. Esta novela, El Maestro y Margarita, escrita entre 1928 y 1940 por Mijail Bulgakov y publicada en 1966, son tres novelas en una: la crónica del Moscú enloquecido por Satán, la historia de los protagonistas, y el desarrollo de la propia novela del Maestro. Excesiva, fantástica, grotesca, divertidísima, ante la que planto la rodilla en tierra, es el canto definitivo a la libertad del creación.   


Después de don Quijote, don Juan es, sin duda, la mayor aportación de la literatura española a la cultura occidental, y como imagino que todos conocemos el argumento de El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, voy a centrarme en su personaje. Don Juan desbordó la obra de su creador para convertirse en mito, pero por su propia condición maligna. Era algo más que un hombre malvado, algo más que un seductor. Don Juan, por su soberbia y su rebeldía es la encarnación del mal: la personificación del demonio. Aunque la grandeza de esta obra radica en que nuestro protagonista no inspira temor, como pretendía su autor, sino que despierta toda la admiración y la simpatía en el lector. Mentiroso, pérjuro, criminal, sí, pero queremos que venza. Don Juan encarna al soberbio que aspira a convertirse en dios y se proclama único juez y señor de sus actos. Toda la obra muestra ese proceso de ascensión y desafío, para quebrarse luego en una terrible caída que confirma lo temerario de su acción. El auténtico pecado de Don Juan es la soberbia y ese reto al poder divino es castigado con el fuego eterno. El texto plantea un desafío a la autoridad en todos sus niveles: ni padre, ni rey, ni Dios. A ninguno obedecerá. De modo que no debemos dejarnos deslumbrar por el aspecto más superficial de don Juan, porque la lujuria sólo es un ejemplo de pecado, el más teatral que Tirso pudo elegir, pues muestra la breve distancia que separa el placer de la caída. Hemos de tener claro que cuando el diablo se lleva a don Juan a los infiernos lo que en realidad hace es llevarle de vuelta a casa.


Goethe tardó toda una vida en escribir su Fausto. En ella nos cuenta cómo Dios y Mefistófeles (el diablo) apuestan a que el segundo puede sacar del buen camino al doctor Fausto, algo que el primero cree imposible. Pero Mefistófeles sabe que Fausto es un hombre sabio y profundamente infeliz por la limitación de su conocimiento. Así que se aparecerá a Fausto y le propondrá un trato: hará todo lo que Fausto quiera mientras esté en la tierra, y a cambio Fausto le servirá en la otra vida. Pero si durante el tiempo que Mefistófeles esté sirviendo a Fausto éste queda tan complacido con algo que aquel le dé, tanto como para querer prolongar ese momento eternamente, Fausto habrá de morir en ese instante. Fausto, por supuesto, acepta. Juntos van a recorrer un largo camino en el que Fausto se dejará vencer por sus más bajos instintos, hasta el punto de llevar a la perdición a la hermosa Margarita: la  seducirá, dejará embarazada y abandonará. Desesperada, Margarita tendrá ese hijo ilegítimo pero lo matará nada más nacer y será condenada por ello. Fausto intentará salvarla, sacarla de prisión, pero al no poder, volverá a recurrir al diablo. Ella se niega, horrorizada. Y morirá en los brazos de Fausto. A partir de aquí la historia se hace más alegórica, con un Fausto que viaja por el tiempo y presenciará todo tipo de sucesos, con personajes reales, históricos e incluso míticos (¡conocerá a la misma Helena de Troya!). Mefistófeles, mientras tanto, aguarda su momento: Fausto encontrará su felicidad plena (la que suscribe no cree que mereciera la pena tanto para esa felicidad) y Mefistófeles acudirá a cobrar su alma. Pero Dios no lo permitirá y recordará cómo nuestro protagonista luchó por salvar a Margarita. Aún quedaba bondad en él. Ese amor le salvará.


 Por Rita Sánchez.

1 comentario:

Antonio Luis dijo...

Leyendo Fausto me acerque a Goethe y al D.Juan, del Burlador de Sevilla, leyendo a Tirso. Y ahora con tus sinopsis mensuales me acercare a Margarita y Voland, leyendo a El Maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgárov. Gracias Rita, por animarnos a leer, con tus acertados comentarios.