Foto de Rodrigo García (extraída de aquí).
Porque nos regaló Macondo.
Porque
qué habría sido de nosotros sin Macondo.
Porque
Remedios la Bella subió a los cielos.
Porque
nunca un suicidio fue pintado de manera más hermosa.
Porque
me contiene la mano cada vez que quiero poner un adjetivo acabado en –mente.
Porque
les llamó Buendía y ni aún así le ganó la batalla la rima interna.
Porque
era un cuentista mediocre.
Porque
fracasó con el cine.
Porque
tuvo la sencillez de decirlo.
Porque
lo apostó todo por una novela.
Porque
no se rindió.
Porque
dudó.
Porque
supo poner al reportaje en el lugar donde siempre debió estar.
Porque
su primer amor fue un diccionario.
Porque
metió la pata arrogante con sus dudas ortográficas.
Porque
su felicidad fue incompleta desde que perdió a su abuelo.
Porque
una gota de sangre dejó su rastro en la nieve.
Porque
nunca fue tramposo.
Porque
te contaba el final al principio para que no hubiera dudas.
Porque
fue agradecido.
Porque
su lado nunca estuvo junto a los que van de etiqueta.
Porque
le puede leer cualquiera.
Porque
creyó en amores pacientes.
Porque
es una tormenta que rompe el cielo.
Porque
su obra está hecha para leerla en voz alta.
Porque
sus palabras se paladean.
Porque
es pura lujuria.
Porque
es mi primer amor.
Porque
no puedo explicar mis catorce años sin tenerle en cuenta.
Porque
tampoco puedo explicar los años siguientes sin él.
Porque
creyó en el poder redentor de las palabras.
Porque
nos recordó que no tendremos una segunda oportunidad sobre la tierra.
Porque
se quedaba sin palabras.
Porque
el hueco que deja no va a haber quien lo llene.
Porque
si no le llorara sería una ingrata.
Porque
se nos ha muerto a todos.
Porque
se me ha muerto a mí también.
Porque
no por esperado ha dolido menos.
Porque
acabo de darme cuenta de que ya nunca va a escribir nada más.
Porque
ya solo nos queda releerle.
Por
todo esto, ya lo dijo el poeta, paren los relojes.
Por Rita Sánchez
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