jueves, 27 de diciembre de 2012

En los libros amamos que la Navidad no sea solo cosa de niños.


Hay dos cuentos navideños que tengo grabados a fuego en mi memoria: La Cerillera y El Soldadito de Plomo. Con cuentos como estos, no sé cómo decirlo de otra manera, nos han matado la infancia. Un chaval que se acerque a cualquiera de estas dos historias, en el caso de que no se quede en coma o catatónico, solo tiene dos opciones: temerle a la navidad para toda la vida o pagarse un psicólogo hasta el día de su muerte. Recuerdo que de niña me pilló La Cerillera a traición y tardé mucho en aceptar que cuando ponía fin era realmente el final del cuento y que no le faltaban hojas al libro, que no había ningún error de impresión. Que Hans Christian Andersen era así de gracioso el hombre. Ese es un trauma que no he superado y que lucho por salvar buscando literatura navideña pensada para adultos. Pues nada. La cosa está cruda. Literatura navideña para adultos no es que haya mucha, pero haberla hayla, porque igual que no se conoce crooner que se precie que no haya sucumbido a los encantos de lanzar un disco de villancicos, son muchos lo autores de renombre que han escrito grandes páginas amparados en estas fechas tan entrañables. El problema es que no impera en estos títulos ese espíritu navideño preñado de buena voluntad y sentimientos. Supongo que todos estos escritores también leyeron de pequeños La Cerillera. Eso lo explicaría todo. Así que ahí van tres cuentos de tres grandes escribiendo grandes cosas sobre la navidad. Tres joyas. Emocionan todas y una de ellas, además, ayuda mucho a superar el trauma. 

Arthur C. Clark escribió La Estrella para darnos una explicación de qué fue esa luz que indicó a los Reyes Magos el lugar donde adorar al redentor recién nacido. Así comienza la historia: "Hay tres mil años luz hasta el Vaticano. En otro tiempo creía que el espacio no podía alterar la fe; y lo creía al igual que consideraba fuera de duda el que los cielos cantaran la gloria de la obra de Dios. A la sazón he visto esa obra y mi fe se encuentra considerablemente minada." Este cuento es hipnótico: un padre jesuíta acompaña como astrónomo a una expedición que se dirige a la nebulosa del Fénix para estudiar los restos de una supernova. Allí encuentran, en un planeta errante desplazado de algún sistema solar, los restos de una civilización que, intuyendo el ajusticiamiento al que les sometería el sol, guardaron sus enseres y riquezas para no ser olvidados. Unos lograron huir, otros no. ¿Será esta supernova la estrella de Belén? ¿Querría Dios que este holocausto también sirviera de guía hacia el niño-Dios? La fe del jesuita empezará a resquebrajarse y decidirá investigar.


Dostoievski también nos dejó su visión de la navidad en "Un árbol de Navidad y una boda". El dios de las letras rusas dibuja un retrato costumbrista de la alta burguesía de Petersburgo de mediados del siglo XIX. En él, el autor narra las maneras de concertar una boda y los límites morales que se traspasan para conseguir el objetivo: un interés puramente económico y una prometida, niña aún, que pasas de estar bajo el dominio de su padre al de su marido. La habilidad descriptica de Dostoyevski es aquí, como en todas sus obras, magistral, dibujando la psicología, tanto en caracteres como en actitudes de los personajes, de una manera impecable. A ello se añade la crítica sin ambages a la moral de su época, dando como resultado un retrato brutal de las "buenas familias" petersburguesas.




Truman Capote: Un recuerdo de navidad. Esta es la historia de una viejita y un niño que son primos lejanos y viven con unos parientes déspotas. La viejecita nunca ha visto una película, ni comido en restaurantes, ni viajado a más de cinco km de su casa, ni leído nada distinto a revistas y a la Biblia, ni usado cosméticos, ni pronunciado palabrotas, ni dicho mentiras, ni deseado mal a nadie. Eso sí, toma rapé en secreto y sabe domesticar colibríes, matar una cascabel a garrotazos, cultivar las camelias más bonitas del mundo. Y sobre todo, es capaz de  contar historias de fantasmas capaces de helar la sangre. Todos los días son emocionantes en la vida de esta pareja. Nada pueden los parientes déspotas frente a la risa del niño, ni las afiladas garras de la pobreza ante la templanza de la viejita. Claro que la mejor época del año es la navidad, temporada que comienza cuando nuestra protagonista siente que las notas de la campana del pueblo son más nítidas y frías y que no hay pájaros en el aire. Entonces cogen un desvencijado coche de bebé y se van al bosque a coger macadamias para hornear tortas. Claro que también necesitarán cerezas, vainilla, mantequillas.. y lo más caro: whisky. Por fortuna, se han preparado durante todo el año vendiendo frutas en conserva y recaudando fondos con el Museo de los Mosntruos (un espectáculo montado sobre la exhibición de un pollito)... Todos los cuentos del mundo pueden dividirse en dos: los ingeniosos y los dramáticos. La fuerza del primero reside en su argumento.  La de los segundos, en su prosa: como el argumento es sencillo, las palabras tienen que ser extraordinarias. Ese Recuerdo de Navidad es el ideal a seguir, la perfección absoluta de los cuentos del segundo grupo. Quizá, las mejores páginas de Capote.

Por Rita Sánchez.

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