martes, 30 de junio de 2020

Relatos de los días intrusos (VII) - Estimado tiempo de espera.

Levanto la vista de la punta de mis zapatillas desgatadas. Delante de mí forman cola un número indeterminado de personas. No alcanzo a distinguir hacia dónde nos dirigimos. Esta línea humana parece quieta, no avanza, pero está en continuo movimiento. Entran y salen cuerpos. Es una serpiente cimbreante que acecha a su presa bajo un sol que quema. Sé que he estado aquí antes, pero no cuándo. 



En mi mano derecha, sudorosa, resbala una carpeta de plástico transparente. Apenas puede contener los papeles. Están punto de caer. Intento sujetarlos con firmeza, pero se escapan con más ahínco. Un policía embozado tras la mascarilla se cuadra ante mí. No quiere los jaleos de ayer. Me encojo de hombros. Acude a otro movimiento dentro de la cola. En el comienzo de la hilera se produce una agitación. La línea humana está expectante. Una figura negra asoma al inicio. Da un paso corto, mira a alguien, espera unos segundos y escribe en una tableta digital. A medida que se va acercando crece la tensión. Me dan unos golpecitos sobre un hombro. Me giro y me encuentro a un muchacho que se mueve sin salirse de la hilera. No lleva mascarilla, sí unas gafas de sol con las que presumo que quiere ocultar que la noche anterior no ha acabado. Hasta ahora no me había fijado en él. Señala mi carpeta y me pregunta si tengo confianza en ser elegido después de todas las veces que nos hemos encontrado allí. Me encojo de hombros y le contesto que de algo servirán estos documentos. Sonríe de forma desdeñosa. Señala a la figura negra, que está casi a nuestra altura. Es una mujer con camisa negra y mangas recogidas. Su falda larga floreada sobre fondo negro produce una sensación de ingravidez. El chaval apuesta a que no me acordaré de mi nombre cuando me lo pregunte. ¿Cómo no me voy a acordar de mi nombre? Ya, ella frente a mí, termina de teclear sobre la tableta.  Con un ligero movimiento hacia delante de barbilla me pregunta mi nombre y qué solicito en esta ocasión. Permanezco en silencio, quiero abrir mi carpeta para mostrarle su contenido. Me detiene con una mano. Ya lo conoce. Me vuelve a preguntar por mi nombre y el motivo de mi solicitud. Permanezco en silencio. Asiente desdeñosa con la cabeza. El muchacho se ríe. Menos mal que no has apostado nada. La figura negra le hace la pregunta. Nombre y motivo. No los escucho. La cola avanza sin aviso. No doy un paso. Miro la punta de mis zapatillas desgastadas.

de Ricardo Popbelmondo.