jueves, 26 de mayo de 2011

En los libros todos amamos que nos cuenten un cuento.

Para rodar cortos, pintar acuarelas o fotografiar el rostro humano hay que ser valiente. Para escribir un cuento, también. Porque hay que tener algo que contar (difícil) y hacerlo de forma precisa y humilde (más difícil). En un cuento no puede sobrar una palabra, las comas deben ser las imprescindibles y los puntos y aparte igual ni hacen falta. Tachar, tirar a la basura, destruir una frase, no digamos ya un párrafo, puede resultar tan necesario como doloroso. De ahí, creo yo, que cuentistas grandes grandes grandes haya menos que novelistas grandes grandes grandes. Pensé que iba a resultar fácil esta entrada. Porque iba a hablar de Borges y de Cortázar. Pero me han dado mucho miedo. El primero me asusta porque para mí es como el Dios del Antiguo Testamento: omnisciente, todopoderoso y cruel. Cuando leo a Borges llego a creer que escribir es eso, que cualquier otra cosa es balbucear y que como lectora nunca estaré a la altura del escritor. Con Cortázar lo que me pasa es que le quiero demasiado y elegir uno de sus cuentos me resulta más difícil que escoger a uno entre Xavi, Messi e Iniesta. Tras unas cuantas vueltas, me decido, feliz, por tres narradores norteamericanos, cada uno de su padre y de su madre, cada uno tan inmenso como los otros dos.  

Dejarse llevar sin mirar atrás. Es lo único que hay que hacer para meterle mano a Faulkner. Ayuda imaginar que estás borracha y que todo lo que estás leyendo cobrará sentido mañana. Si como novelista es único, y eso se nota especialmente en el ridículo que perpetran algunos que le imitan, como cuentista es muy grande y mucho más accesible. Leyendo sus cuentos uno siempre puede presumir de haber entendido a Faulkner, y eso, quieras que no, viste mucho. Hay que quitarse el sombrero con los títulos de sus cuentos: 
Sepultura en el Sur: luz de gas, NinfolepsiaEl otoño del delta... La cosa promete. Pero tiene uno chiquitito, que pasa muchas veces desapercibido, y que cuando lo acabas te das cuenta de que deberías cerrar la boca, volver a leerlo y comprobar que vuelves a estar con la mandíbula desencajada porque no le pillas el truco cincuenta veces que lo leas. Se llama Una rosa para Emilia.





Hemingway me gusta siempre que escribe cuentos. A veces, en el caso de las novelas. Es el amo de la prosa seca, afilada, implacable, impoluta.  Si Faulkner es el cómo, Hemingway es el qué. Y un qué fascinante, porque más de uno flipa tanto que rueda una película a partir de una historia de diez páginas, que son las que tiene Los Asesinos. Me arrodillo ante Las nieves del Kilimanjaro, esa obra de arte, del uso del tiempo, del giro, ese reloj suizo que es en suma; pero siempre que pienso en algún cuento suyo me viene a la cabeza "La capital del mundo", porque refleja como pocas cosas el sinsentido que es estar vivo.


Poe me encoge el corazoncito porque para escribir lo que él escribía, para que tu cabeza expulse ese universo aterrador, tienes que tener un mundo interior muy chungo, y no creo que debido sólo a su problemilla con el alcohol. No puedo decir que pase un buen rato leyendo a Poe, pero sí que sus cuentos me emocionan y que por más fantásticos que sean veo verdad en ellos. Y me parece un autor que escribe con el corazón sangrándole en la mano, desde las tripas y a muerte. Eso siempre lo he respetado. Imagino que muchos coincidiremos en escoger El Cuervo como su momento cumbre, pero pasando un poco la mano en cuanto a lo que debería extenderse un cuento, creo que podemos incluirLas aventuras de Arthur Gordon Pym como ese relato que justifica una vida entera, y que seguro que inspira a más de uno para rodar una serie ambientada en una isla. Una pena que no tuvieran las narices que tuvo Poe para concluir su historia.


Por Rita Sánchez

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Un día podías hablar de libros que conozcamos todos. Qué pesada!!!!

Anónimo dijo...

GRACIAS RITA,COMO SIEMPRE,ME SABE A POCO.........PIPI.

PopBelmondo dijo...

A mí me gusta que me recomienden libros que no conozco, pero tampoco creo que ni Hemingway, ni William Faulkner ni Edgard Allan Poe sean escritores desconocidos, es más, son autores bien célebres entre aquellos que nos gusta un poco la lectura. Otra cosa,como bien demuestra tu comentario, es que anónimo, como lector, seas un pozo sin fondo de ignorancia.

Rita dijo...

Yo sé que soy muy pesada, me lo han dicho siempre. Lo que me gusta me gusta tanto que siento la necesidad de comunicarlo, porque creo que eso mismo que me ha hecho feliz a mí le puede hacer feliz a otra gente. La idea de En los libros todos amamos era precisamente la de comentar obras que están un poco olvidadas o no son muy publicitadas. Efectivamente, Faulkner, Hemingway y Poe no necesitan que yo hable de ellos, faltaría más. Sus obras se encuentran en todas las bibliotecas del mundo. Sólo es cuestión de querer (o no) acercarse a ellas. Pero creo que de tan buenos y célebres que son pasan de puntillas por la vida de mucha gente y eso es precisamente lo que yo humildemente quiero ayudar a evitar. Porque leerles es un placer a la altura del masaje de pies, de una hora en el spa o de un atracón del mejor chocolate. Y quien no se lo crea, que pruebe. En serio.

Anónimo dijo...

Bravo Rita .montse

Luis dijo...

Tú di que sí Rita, sigue leyendo lo que te pete y sigue transmitiéndonos a los que te leemos esa potente sensación de disfrute de lectora entregada. Gracias por tu artículo

Dori dijo...

Ya te dije personalmente, Rita, que me gusta lo que escribes y como lo escribes. Pero me quedé corta, también me influyes. Desde que te leo estoy desempolvando libros que se quedaron en mi biblioteca sin leer, siempre había algo nuevo que degustar.
No me apetece en estos momentos Allan Poe, ya me "influyó" la adolescencia, de Hemingway sólo tengo "El viejo y el mar" y está leído, de Faulkner también leí El nido y la furia. Así es que estoy con Sartre, sintiendo "La náusea", me ha parecido más acorde a los tiempos que vivimos.
De todas formas gracias por el artículo y por la influencia.