El secreto de su nombre
Siempre se preguntó de dónde le vendría el nombre. La observaba desde abajo y no le parecía ni muy alta ni muy larga ni peligrosa. Ella amaba la sensación de vértigo y velocidad, por eso, sin temor, se montó en la montaña rusa.
Se sentó sola en un vagón para cuatro. Apenas subía gente. Cuando se quiso dar cuenta, ya estaba empotrada en el asiento traqueteando montaña arriba. Le parecía que nunca iba a alcanzar la cima. Al fin, el carro se detuvo, una fracción de segundo, en todo lo alto y se lanzó al abismo de la caída a una velocidad de infierno. Las curvas la pusieron de cabeza, subió, bajó, giró y de repente, tras un estruendo, un brusco frenazo. El carro quedó suspendido en el aire, dejándola colgada como un murciélago. Aterrorizada gritó su pánico. Entre sacudidas y chirridos, los minutos hasta alcanzar el punto de partida le parecieron siglos. Se bajó abatida y revuelta, las piernas le temblaban, el corazón le latía desbocado. Se sentó en el suelo y contempló aquella atracción de feria donde creyó morirse. “Es como en la ruleta rusa”, pensó, “puro azar entre la vida o la muerte”.
Por Marisol Calvelo
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