En los años setenta del siglo pasado se acerco a la Oficina del Banco de Vizcaya, una Señora llamada Nilla Cook. No sé si los descubridores de la Cueva conocen la anécdota. Aquella señora americana, vestida con una larga falda con un gran delantal. El color azul de su vestimenta disimulaba su oronda figura. Se tocaba con un sombrero con cofia, al más puro estilo de los primeros pobladores del Oeste. Unas pequeñas gafas con las lentes redondas le daban a su cara un aire de ternura que trasmitía al conversar con ella. Hablaba español con su acento americano, mujer de fácil verbo. Encontré en ella la horma de mi zapato. En sus visitas al Banco Vizcaya hablábamos de Nerja, de su clima y del auge y desarrollo de su economía en aquellos años que fueron de prosperidad para muchos nerjeños y para cuantos se acercaron a este bonito enclave de la geografía malagueña. Cierto día le pregunté qué motivo le había hecho venir a esta localidad y su respuesta me dejo perplejo. Me dijo que había venido a dar a conocer el hallazgo de una gran sima o cueva en el subsuelo de Nerja, que por sus estudios en Espeleología había conseguido descubrir. Vino a España y en concreto a Nerja, ajena a que un grupo de jóvenes, fruto de la casualidad y de su osadía habían descubierto veinte años antes, esa sima conocida por la Cueva de Nerja y que la cámara fotográfica de José Padial, como mudo testigo dio a conocer a todo el mundo.
(foto extraída de esta web)
De no ser por las andanzas de los cinco jóvenes descubridores, hoy, quizás deberíamos el descubrimiento de la Cueva a Nilla Cook, espeleóloga americana. La casualidad se anticipó a la investigación y al estudio.
Por Ricardo Bajo León.
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