Scrooge, el protagonista del Cuento de Navidad de Dickens lo
resume todo: “Honraré la Navidad en mi
corazón y procuraré conservarla durante todo el año”. No vamos a tener la
suerte de que un fantasma se nos aparezca para darnos un buen tirón de orejas y
poner perspectiva en nuestras vidas. Por lo tanto, terminado el día grande de
la Navidad, próximos ya a despedir el año y esperando ilusionados a que vengan
los Reyes, es el momento perfecto para enfrentarnos al “Tiempo de Reflexión”,
aprovechando que estamos todavía bien pertrechados de espíritu navideño. Porque
se va el año y por mucho que una intente evitarlo, se ve haciendo inventario de
lo que han dado de sí estos 365 días. Y acaba pensando que no han cundido todo
lo que deberían. Y eso no puede ser. En estos momentos quizá más de uno
pensamos que se quedaron muchas cosas por hacer, algún propósito por cumplir,
que hemos sido egoístas y no hemos dado todo lo que podíamos dar, que nos hemos
quejado más de lo que hemos disfrutado, que la lista de los agravios la tenemos
al día pero la de los agradecimientos la actualizamos de tarde en tarde... Y lo
peor de todo: Que ha quedado sin gastar excedente de cariño en el pecho. Pero
pronto llegan otros 365 días nuevecitos y a estrenar. Y volvemos a
emocionarnos, a pensar que sí, que este año sí, que es posible, que lo vamos a
lograr. Pues logrémoslo entonces. Como Scrooge, mantengamos este espíritu. Nos
vemos con fuerzas para arrancar, aunque no tengamos muy claro de dónde vienen.
En estos días en los que se mezclan en un cóctel a veces lacrimógeno nostalgia
y esperanza no solo nosotros echamos la vista atrás, son muchos los escritores
que han reflexionado sobre la pequeña muerte que es el año que acaba y nos dan
el empujón para pisar con fuerza el que entra.
Robert Louis Stevenson no solo nos invitó a
buscar un tesoro en una isla o a descubrir al diablo en la botella. Fue más
allá y escribió un “Sermón de Navidad” que vale para todo el año. Perlas de
sabiduría, de ética, de moral. Ahonda en la idea de que el esfuerzo ha de ser
personal, que a quien tenemos que exigir es a nosotros mismos. Menos mirar la
paja en ojo ajeno y más atención en la viga en el propio. Y sobre todas las
cosas, ser honesto, generoso, repartir alegría y tragarnos las penas, que cada
cual tiene la suya: "El único a quien
debo convertir en buena persona es a mí mismo. En cuanto a mis vecinos, mi
deber acaso se exprese más fielmente afirmando que, en todo caso, debo intentar
hacerlos felices". “En su vida un hombre
no debe esperar continuamente la felicidad, pues así podrá aprovecharla mejor
cuando realmente llegue. En esta vida toda persona está cumpliendo un deber: no
sabe cómo, ni por qué –y no necesita enterarse–; no sabe cuál será su
recompensa y no debe preguntar. De un modo u otro, aunque no sepa qué es la
bondad, debe intentar ser buena persona; de un modo u otro, aunque no sepa cómo
conseguirlo, debe intentar hacer felices a los otros.” 365 haciendo caso solo a estas dos
reflexiones y el mundo será otro.
Conociendo el don que tiene de Andersen para partirnos el
corazón, es recomendable acercarse
con cautela a su cuento “El Abeto”. Por muy minimalista y herbal que sea el
título, no debe bajarse la guardia. Aunque reconozcámoslo: da igual. Ni armados
hasta los dientes le ganaremos la batalla. Particularmente, Andersen siempre me
ha vencido y un abeto ha vuelto a poder conmigo. Si antes fueron cerilleras,
sirenitas, soldaditos, ahora se suma un triste abeto a la lista de personajes
que han astillado mi corazón. La Navidad para Andersen es cualquier cosa salvo
un tiempo feliz. Lo bueno que tiene este cuento es que te hace llorar tanto que
te deja claro que tienes que hacerle caso a su enseñanza: Carpe Diem para todo
el año, para todos sus días, todas sus horas. Todos podemos ser como el abeto protagonista de este cuento,
que siempre quiere estar donde no está, que solo cree que es bueno aquello que
no tiene, que solo valora lo inalcanzable. Y si finalmente llegas a ese sitio
mítico que anhelabas toda tu vida, igual tampoco te va a hacer feliz. Porque la
felicidad no es un lugar, es un estado. Y la vida pasa y si te descuidas te das
cuenta de que la felicidad pasó, la tuviste pero la despreciaste. «¡Todo pasó, todo pasó! -dijo el
pobre abeto-. ¿Por qué no supe gozar cuando era tiempo? Ahora todo ha terminado».
Si los Reyes Magos no existieran deberíamos inventarlos, eso
lo tengo claro. Afortunadamente confío en que, como cada año, van a venir
cargados de amor (fundamental), y tiernamente de alguna sorpresa que nos dibuje
una gran sonrisa. Cuentos sobre el día de Reyes he leído unos cuantos,
españoles, y la verdad es que eran tan tristes que ni una lectura positiva
podía sacar de ellos, ni una enseñanza más allá de aguantar el dolor con
dignidad. Y la verdad, el día de Reyes no es para eso. Días habrá a lo largo
del año para sufrir, pero no este, prohibido queda, así que me he ido al cuento
de O’Henry, el rey del giro, de la sorpresa final, titulado muy adecuadamente
“El regalo de Reyes”. Escrito en los años de la Depresión, O’Henry entiende que
hay que arrancar alegría a la desgracia, cueste lo que cueste. Que a los
dientes largos de la pobreza solo se le combate (aunque no garantiza la
victoria) con grandes dosis de amor. O´Henry nos dice que en el fondo lo que
nos hace realmente felices no es recibir, sino dar. Darlo todo, lo más grande
que tenemos, por la persona amada. Aunque no obtenga el resultado deseado,
aunque parezca una locura, siempre es el gesto lo que importa. Y es que nada
más se puede pedir a quienes lo dan todo. O´Henry, de sus dos protagonistas,
enamorados y atolondrados como ellos solos, afirma que son los más sabios, los
auténticos Reyes Magos. Este cuento, precioso donde los haya, también arranca
lágrimas, pero de felicidad y ternura.
2 comentarios:
¡Feliz Navidad Rita! Espero seguir leyéndote todos los meses de 2014
Sublime, leer tus post son un regalo de reyes todo el el año.¡ Gracias !
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