sábado, 9 de marzo de 2013

Hacer llover cuando uno quiera: el encantamiento de Justo Navarro.

 El pasado jueves el escritor Justo Navarro dio una charla con el título de "Autorrretrato" y Rita Sánchez estuvo allí siguiendo esta muy interesante cita cultural y ha escrito un artículo sobre dicha conferencia para Nerja Pop.

Justo Navarro escribió su autorretrato en la charla que pronunció dentro del ciclo de conferencias “En El Mismo Barco” que organiza  el área de Cultura de la Diputación de Málaga. El escritor se encontraba acompañado por el también novelista Pablo Aranda y por José Antonio Mesa, director del Centro Cultural de la Generación del 27. Una vez hechas las presentaciones, tomó la palabra Justo Navarro y ahí empezó el encantamiento. Con su voz callada nos fue contando cómo fue que se hizo escritor. Y lo hizo de manera cronológica, porque quienes somos ahora es la suma de lo que venimos siendo. Nació y pasó su infancia en Granada, de la que recordó cómo su padre le recitaba poesía cada noche, en una escena que de tan repetida se tornó pesadillesca. Es ahí, en esas noches, donde descubre la música de la literatura. Confesó que su verdadero idioma esos años era el silencio y que ese silencio que le rodeaba lo rompía la poesía, también la de un disco de Rubén Darío que ponía una y otra vez y que amaba. Aquí recitó de memoria parte del poema Los Motivos del Lobo:


El varón que tiene corazón de lis, 
alma de querube, lengua celestial, 
el mínimo y dulce Francisco de Asís, 
está con un rudo y torvo animal, 
bestia temerosa, de sangre y de robo, 
las fauces de furia, los ojos de mal: 
el lobo de Gubbia, el terrible lobo, 
rabioso, ha asolado los alrededores; 
cruel ha deshecho todos los rebaños; 
devoró corderos, devoró pastores, 
y son incontables sus muertes y daños. 

Fuertes cazadores armados de hierros 
fueron destrozados. Los duros colmillos 
dieron cuenta de los más bravos perros, 
como de cabritos y de corderillos. 




Las palabras abrían el mundo y sufría con ellas, con su sonido, su musicalidad un encantamiento que llega hasta hoy. El pasado, dice, es un país extranjero y es la poesía la que le conecta a ese pasado. Tal vez por eso cuando escribe poemas los hace con rima y estrofa clásica: es la de su infancia. Recuerda como un enorme regalo cuando en tercero de bachillerato llegaron a sus manos las Coplas a la Muerte de su Padre. Fue tal el embrujo, que le impulsó a escribir como lo hacía Jorge Manrique, para tormento de la madre y la hermana. Cuando tiene insomnio inventa poemas que al despertar olvida “Cómo es mejor el verso que no se puede recordar”, dijo, citando a Bola de Nieve.



Poeta, novelista, traductor, crítico literario... Muchas profesiones pero una vocación frustrada: Justo Navarro siempre quiso ser espía. Dado que lo veía difícil calmó su vocación descifrando las palabras. Espía hay que ser para descubrir qué nos dice Góngora en su  Fábula de Polifemo y Galatea:   
Un monte era de miembros eminente
este (que, de Neptuno hijo fiero,
de un ojo ilustra el orbe de su frente,
émulo casi del mayor lucero)
cíclope, a quien el pino más valiente,
bastón, le obedecía. tan ligero,
y al grave peso junco tan delgado,
que un día era bastón y otro cayado.
El no entender un texto le produce un placer extraordinario. 
La música pop y el cine también han sido muy importantes para él. Eran "algo real" que le "sacaba de la realidad" y le llevaban a una más potente que la suya. Porque su juventud fue en ese mundo infernal de aburrimiento del franquismo. El gris de la policía se fundía con el gris de los edificios, y así, gris, mate, veía Granada. Huía de esa grisura con los libros, la música y el cine. Lloraba al final de una película aunque no fuera triste porque ese fin le devolvía a la realidad. “Mi paraíso era la irrealidad”, dijo.


Si su padre amaba a Lorca y a Machado, aún más amaba a la novela policíaca. Y ya de muy niño leía los libros del padre. Eran tiempos en los que el catolicismo estaba tan asentado que el autor afirma que creía absolutamente en la resurrección de la carne. Ese catolicismo era el que consideraba que una vez se tiene uso de la razón uno ya se es adulto. No había literatura para niños. Pues a leer novela negra, que era la que había en casa.

Ya en la facultad de Filosofía y Letras encontró a su maestro. Sí, ese maestro que te enseña a mirar al mundo de una manera distinta. Juan Carlos Rodríguez, profesor y poeta, le abre un mundo nuevo y le descubre el tema del doble (recurrente luego en su obra) en El Largo Adiós, de Raymond Chandler. Es en esa época, bajo el ala de ese profesor cuando descubre Bajo el Volcán, de Malcolm Lowry, novela que recomienda a todo el mundo, o El Hombre sin Atributos, de Robert Musil con uno de los arranques más fascinantes que haya leído nunca, aunque tal vez su favorito sea el del Wherter,de Goehte “Qué feliz soy ahora que me he ido”. De las primeras frases de sus libros, unas le gustan más, otras le parecen  propias de best sellers  y hay una que copia el inicio de El Proceso, de Kafka... También es en esta época que descubre  el poemario Arde el Mar de Pere Gimferrer y vuelve a surgir el encantamiento. Nos lee La Muerte en Beverly Hills:
En las cabinas telefónicas
hay misteriosas inscripciones dibujadas con lápiz de labios.
Son las últimas palabras de las dulces muchachas rubias
que con el escote ensangrentado se refugian allí para morir.
Última noche bajo el pálido neón, último día bajo el sol alucinante,
calles recién regadas con magnolias, faros amarillentos de
los coches patrulla en el amanecer.
Te esperaré a la una y media, cuando salgas del cine -y a
esta hora está muerta en el Depósito aquélla cuyo
cuerpo era un ramo de orquídeas.
Herida en los tiroteos nocturnos, acorralada en las esquinas
por los reflectores, abofeteada en los night-clubs,
mi verdadero y dulce amor llora en mis brazos.
Una última claridad, la más delgada y nítida,
parece deslizarse de los locales cerrados:
esta luz que detiene a los transeúntes
y les habla suavemente de su infancia.
Músicas de otro tiempo, canción al compás de cuyas viejas
notas conocimos una noche a Ava Gardner,
muchacha envuelta en un impermeable claro que besamos
una vez en el ascensor, a oscuras entre dos pisos, y
tenía los ojos muy azules, y hablaba siempre en voz
muy baja- se llamaba Nelly.
Cierra los ojos y escucha el canto de las sirenas en la noche
plateada de anuncios luminosos.
La noche tiene cálidas avenidas azules.
Sombras abrazan sombras en piscinas y bares.
En el oscuro cielo combatían los astros
cuando murió de amor,
y era como si oliera muy despacio un perfume.
Cuando se fue de Granada a Málaga descubrió no ser tan buen escritor como creía. Aquí parece haber sufrido algún tipo de crisis o catarsis. Lee a Mishima en El Marino que perdió la gracia del mar y le pareció toda una ironía llegar a Málaga para perder la gracia del mar. Pero también es ahí cuando la decisión de ser escritor se hace irrevocable, y decide no trabajar en otra cosa que no sea la escritura. Es aquí cuando nos recita este poema de Pessoa, todo un himno:
¡Ah, ese frescor en la cara de no cumplir un deber!
Faltar es, positivamente, estar en el campo.
¡Qué refugio, que no se pueda tener confianza en uno!
Respiro mejor ahora que ha pasado la hora de las citas.
Falté a todas, con deliberación en el descuido,
esperando esa gana de ir que ya sabía yo que no vendría.
Soy libre frente a la sociedad organizada y vestida.
Estoy desnudo, y me zambullo en el agua de mi imaginación.
Es tarde para estar en cualquiera de los dos puntos
              donde debía estar a la misma hora,
deliberadamente a la misma hora...
Pues bien, aquí me quedaré soñando versos y sonriendo en cursiva.
¡Es tan graciosa esta parte lateral de la vida!
No consigo siquiera encender el cigarrillo siguiente...Si
                es un gesto,
que quede con los otros que me esperan en este
                desencuentro que es la vida.
De Málaga viene a Nerja y su primera casa se encuentra frente a una tienda con unas enormes gafas, lo que le recuerda a un personaje de El gran Gatsby, novela que amaba y que años después tradujo. Una señal, tal vez. Como señal también fuera que, León Mames, el traductor de la obra de Brecht, para él, el mejor poeta del siglo XX, fuera también el traductor de su novela policíaca favorita de la infancia: Al Morir Quedamos Solos. De Brecht nos deja su poema Antígona:
Sal de la penumbra y llega
hasta nosotros un momento
benévola, con la pisada ligera
de la decisión inquebrantable, terrible
para los que siembran el terror.
El gesto de volverte hacia otro lado me recuerda
cómo has temido la muerte, aunque
aún más temías
vivir sin dignidad.
Y no hiciste una sola concesión
a los poderosos ni te prestaste
a componendas con los intrigantes, ni nunca
tampoco olvidaste la afrenta. Y sobre sus fechorías
no creció la hierba.
Qué añadir después de esto. Poco quedaba, pero grande.  Cierra su charla con las palabras con las que Beckett concluía  Molloy, resumen tan perfecto de su charla que da frío: "Entonces entré en la casa y escribí, Es Medianoche. La lluvia azota en los cristales. No era medianoche. No llovía.”  Porque para eso se escribe. Para hacer que llueva cuando uno quiera. 



Por Rita Sánchez.

2 comentarios:

SERGIO dijo...

SI RITA, ME SORPRENDE LOS ÚLTIMOS JUEVES DE CADA MES, CON SUS COMENTARIOS SOBRE LOS LIBROS LEÍDOS LAS ÚLTIMAS SEMANAS, EN LOS LIBROS TODOS AMAMOS. CON ESTE ARTÍCULO SOBRE LA CHARLA CONFERENCIA DE JUSTO NAVARRO. NO ME SORPRENDE SINO QUE ME ENTUSIASMA ¡ENHORABUENA!

ANTONIA dijo...

La lectura del artículo de Rita, sobre la conferencia de Justo Navarro. Me ha retrotraído a mis tiempos de estudiante, con el poema Los motivos del lobo, de Ruben Dario,En aquellos años de bachiller, y concretamente en el tercer curso, la asignatura de Lengua y Literatura Española nos acercaba, a la lectura de muchos poemas y prosa