La puerta 5A.
De Ricardo Bajo Gaviño.
De Ricardo Bajo Gaviño.
No sé la edad de Tina. Siempre se ha mostrado muy coqueta con ese tema. Si la ayudo a rellenar los formularios de los viajes al Imserso me pide rellenar ella ese apartado.
Tina ha estado presente en gran parte de mi vida, más en los últimos años tras mi divorcio y la vuelta a la casa vacía de mis padres, donde cada día noto sus ausencias. Somos vecinos puerta con puerta, desde el año 73, fecha de la construcción en cooperativa del edificio. Mi madre me dejaba a menudo en su casa mientras hacía recados. Ella y su marido Sebastián no tenían hijos, solo libros y discos. Sentado en su sofá devoraba los tomos de la Larousse. En un armario aún conservo la guitarra que me regaló Sebastián el día que se enteró de que participaría en la rondalla infantil. Sentí mucho su muerte en accidente de tráfico.
Tina no se volvió a casar. Mantuvo una estrecha relación de vecindad, que he heredado. Ella me trae platos de torrijas por Semana Santa y huesos de santo en otoño. Yo le soluciono multitud de gestiones y arreglos en casa, aunque ha intentado mantenerse independiente. En realidad son momentos para la charla y ella me sonsaca sobre mis episódicas parejas.
La epidemia lo ha cambiado todo. No nos vemos por miedo al contagio. Hablamos separados por la puerta, incluso la llamo al porterillo porque el móvil se lo deja olvidado en cualquier sitio. Cuando pulso el timbre y compruebo que la mirilla se abre, respiro de alivio. Pero ayer casi sin poder oírla me confesó que se quería morir. No soporta vivir así. Un nudo en el corazón me dejó sin habla.
Hoy he vuelto a llamar a su puerta. Le he pedido por favor que me abra. A través de la mirilla me ha visto con la guitarra en la mano. Sé que sonreía.