jueves, 23 de febrero de 2012

En los libros todos amamos las historias de fantasmas.


Nos gustan las historias de fantasmas, leerlas, verlas, que nos las cuenten, pasar miedo, que nos aterroricen con aquello que escapa a nuestra razón y a nuestros sentidos. Quién va tranquilo una noche a un sótano mal iluminado, quién sube a un ático de madrugada, quién se presta voluntario para entrar a un cementerio desierto en una noche lluviosa. Desde cuándo iremos transportando estos miedos. Quién fue el primero que no sólo temió al enemigo real, al que puedes ver y tocar, y empezó a temer a algo oculto en las sombras. Fuera quien fuese, desde el tiempo y la distancia le damos las gracias por habernos regalado historias y leyendas que han sido transmitidas de generación en generación, que nos han provocado insomnio y palpitaciones haciéndonos sentir así increíblemente vivos. Historias de fantasmas hay tantas y tan buenas que me ha costado seleccionar tres, una que se ha quedado fuera me ha dolido especialmente, pero ya saldrá, claro que sí.

La excursión de las Muchachas Muertas, Anna Seghers.
Pequeñita novela que poco a poco va erizándote el vello hasta dibujarte una mueca de horror en el rostro. Anna Seghers (autora y protagonista de la historia) se exilió a un pequeño pueblo de México huyendo del nazismo. Un buen día oye claramente que la llaman por el apodo que le daban de niña. Buscando esa voz, baja al río y se encuentra de pronto con un grupo de estudiantes jugando en la ribera: son sus compañeras del colegio, tal y como eran cuando asistían juntas a la escuela en Alemania. Seghers reconoce a sus amigas y a sus maestras, y recuerda al mismo tiempo el terrible destino que les aguarda a todas y cada una de ellas. Estos fantasmas desconocen las cosas macabras que ocurrirán en su futuro, que estará preñado de traiciones. En el seno de un grupo que ahora parece tan unido y feliz está ya el germen del odio. Pero todas están seguras de una felicidad que creen prometida y, por supuesto, de la firmeza de su amistad. Desconocen lo que llegarán a hacerse unas a otras. Pero Seghers sí lo sabe. Lo sabe todo. La fuerza terrible de esta gran novela nace precisamente del contraste entre la ignorancia de las niñas y el conocimiento de quien nos cuenta la historia. Impresionante y desolador.



 Otra vuelta de tuerca, Henry James.
Henry James escribió Otra Vuela de Tuerca y le quedó una obra maestra. No sé yo si el hombre era consciente de la altura que iba a alcanzar su criatura cuando empezó a escribirla. Y es que Mr James utiliza el viejo truco de "te voy a contar una historia que me contaron una fría noche de invierno...", blablabla. Y también pasa que el argumento ya estaba trillado en su día (una nodriza llega a una solitaria casa de campo inglesa con la tarea de cuidar a dos niños que, en principio, parecen felices y encantadores, y todo parece ideal:  las habitaciones, los jardines, el paisaje... (Henry James no escribe, dibuja con las palabras). Pese a todo, la nodriza siente que algo no va bien, algo en el aire no es de este mundo... Es entonces cuando el ama de llaves le cuenta que un apuesto mayordomo y la nodriza que le precedió murieron poco antes de su llegada, dejando caer que algo "sucio" pudiera haber pasado entre ambos. Paso a paso, la nodriza se convence de que esos dos muertos rondan por la casa y quieren apoderarse de los niños). Hasta ahí, todo bien. Nada nuevo bajo el sol. Entonces qué es lo que hace que Otra Vuelta de Tuerca sea una obra maestra. Pues el pulso de su autor, que quiero yo pensar que fue arrastrado febrilmente por la propia historia y se sumió en la esquizofrenia: cada palabra de la novela afirma y rechaza la interpretación fantástica de lo que está pasando en la casa. Hay o no presencia maligna, está loca o no la nodriza, estos niños son adorables o detestables, qué está pasando realmente. Ahí está la grandeza. Como ya hiciera un tal Cervantes, James deja libre al lector para que haga suyo el libro, convirtiéndonos así a todos en pequeños deicidas.


 
Pedro Páramo, Juan RulfoPedro Páramo es luz y lo es porque ilumina caminos que antes no se sabía que existían al no poder verlos. No se puede hablar de Pedro Páramo, sólo debemos leerla y regocijarnos ante la palabra revelada. Juan Rulfo es quizá el más grande de los realistas mágicos porque supo escribir y supo dejar de hacerlo. Tuvo la altura de saber qué quería decir, decirlo y no añadir una palabra más al testamento. Muy grande Rulfo. Pedro Páramo, su gran obra, es una novelita que en algunas ediciones no llega a 100 páginas y que, si tienes suerte, tardarás toda la vida en leer. Nos cuenta la crónica del pueblo de Comala, uno de estos lugares perdidos en la llanura mejicana que parecen abandonados desde siempre y para siempre. Y a Comala llega Juan Preciado, por encargo de su madre moribunda, en busca de Pedro Páramo, su padre desaparecido. A partir de ese inicio (uno de los mejores arranques de la historia de la literatura: Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo), nada sucede salvo en el recuerdo, en un pasado que nuestro protagoniza por fuerza desconoce. En este reino de los muertos serán las voces de los fantasmas quienes le cuenten al hijo la historia del padre, desde su infancia hasta su muerte, dibujando el retrato de un ser brutal, traicionero, vengativo, codicioso y heroico. Pedro Páramo no es una obra maestra, es lo que sigue.


Por Rita Sánchez.

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