miércoles, 4 de septiembre de 2013

Viaje por la cinefilia de pueblo en 35mm.

Anoche volví a sentarme frente a una gran pantalla. Se tiene mil pantallas, mil oportunidades de ver las películas pagando tarifa plana de internet, pero el rito de la cinefilia siempre me impulsa a disfrutar de una película que me parezca atractiva, sentado en un patio de butacas. La de anoche era de miedo, un buen film de terror, y nuevamente comprobé, tras dar un tremendo brinco en el asiento, que para sumergirse en una película no hay nada como una sala a oscuras, no solo por tu experiencia propia, sino que compartida con los demás espectadores.

No sé de donde puede venir mi fascinación por el cine. En los años de infancia ir a la sala Linamar era lo más normal del mundo, en múltiples sesiones, unas de animación, con dibujitos japoneses , que entonces no tenía ni puñetera idea que años más tarde llamaría Anime. Robots que luchaban contra villanos megalómanos. También las matinales de los domingos, western "baratunos", peplums más "baratunos" todavía, algunas de artes marciales, otras de catástrofes en mil y una situaciones (terremotos, maremotos, huracanes, plagas...) eran el punto de encuentro.




El cine Linamar era un templo en el que hacíamos cola en frente a una mínima taquilla. Algunos utilizaban mil triquiñuelas para colarse. Parada obligatoria era el mostrador del ambigú para surtirse bien de chucherías. Entonces veíamos cualquier cosa, aventuras en países exóticos, comedias de colores chillones, peleas de maestros de tres al cuarto en kung fú.

En mi casa teníamos bien marcados los horarios, las sesiones para menores y para mayores, los dos rombos eran ley. Curiosamente solíamos ir solos al cine en Nerja, sólo teníamos que cruzar una calle. Por ello me acuerdo perfectamente la proyección en la que vi con mi padre cómo el capitán Ahab se hundía junto la gran ballena blanca. Hoy en día aún muchos nos acordamos de las grandes colas que se produjeron para ver El Imperio contraataca, proyectada mucho tiempo después de su estreno en las grandes ciudades. O el día en el que se saltaron las reglas de horarios y dieron permiso para ver en un lunes en sesión nocturna Granujas a todo ritmo. A partir de entonces pude asistir a las películas de sesión vespertina de los domingos en las que se proyectaban filmes de contenido más adulto. Muchos días cruzaba la calle para ver la serie de carteles que colgaban de las paredes y marquesinas anunciando en los próximos días. Con los pocos afiches que se pinchaban en los afiches uno se imaginaba que podría disfrutar posteriormente.

Cerraron el cine, que se convirtió en una discoteca, para transformarse posteriormente en un supermercado y terminar siendo un bazar chino. Por un tiempo estuvimos huérfanos de grandes pantallas. El hambre de cine nos lo quitábamos cada verano con la sala que se habilitaba en un descampado. Ahí queda la imagen para de la pantalla emergiendo en la oscuridad de un solar sin vecinos, con los fotogramas proyectados suspendidos en la noche. El tiempo pasó, llegaron los multicines a las grandes ciudades. Nos pegábamos grandes atracones, acudíamos a los estrenos mundiales, estábamos al tanto de cualquier novedad cinematográfica. La experiencia cinéfila había cambiado, madurado. Por ello acudir de nuevo al cine en Nerja tiene algo de viaje en el tiempo hacia la infancia, y más si uno de los responsables de ello es Miguel Ángel Moreno, alias El Gallina. Ya en la época del cine Limonar lo encontrábamos revoloteando por la sala. Posteriormente se hizo cargo de las proyecciones del cine de verano y en la actualidad es responsable de las proyecciones en el CCVN. Ahora le doy la matraca preguntando por los estrenos y comentando las críticas publicadas en la prensa especializada. Asistir a las proyecciones del CCV tiene otro sabor: los encuentros en el hall de entrada, los comentarios, el salir a la calle tras pasar horas a oscuras, iluminados por la pantalla grande. No debe faltar el posterior tapeo o salida con las consiguientes charlas críticas a lo antes visto. Ahí se dirime verdaderamente la calidad de la película, de nada vale si Carlos Boyero la destrozó en El País o si la calificaban con 4 estrellas en el Fotogramas.

Cada uno hemos llevado la cinefilia por un camino, pero gracias a personas como Miguel Ángel aún los fieles a la gran pantalla podemos disfrutar del rito centenario de meternos en una sala oscura y vivir mil vidas proyectadas en 35mm.

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