Gripe
mortal
Todo
empezó con un simple ¡achís!, un estornudo que provocó que perdiera su punto y
final. Bueno, se dijo, qué es un punto y final más o menos, el lector lo
achacará a una errata, si es que se percata de ello.
Pero es que al primer
estornudo, le siguieron otros, y los signos de puntuación fueron desapareciendo
como por arte de magia. En fin, pensó, me tacharán de relato experimental.
Aunque la cosa no
quedó ahí, después de los estornudos, le apareció una tos bronca, como de
fumador, y eso que los cuentos sólo fuman muy de vez en cuando, y con la tos se
fueron desmoronando las descripciones, aquellas calles de París, el viejo café
y la buhardilla de René.
Le subió la fiebre y
empezó a delirar y en el delirio fue olvidando los diálogos, no de golpe, sino
poco a poco, no fue doloroso pero sí triste.
Al tercer día
empezaron las diarreas y con ellas se fueron los personajes, René y la novia de
René, que no le caía nada bien, y la amante de esta.
Ahora, en plena
agonía, trata de recordar una trama que le dio vida, pero sólo quedan unos
pocos hilos de los que tirar, cada vez más débiles, cada vez más difuminados.
No sabe qué tiempo le
queda, pero teme el momento en que pierda el título, el folio en blanco siempre
le dio pánico.
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