El
buscador
Buscaba
la respuesta como un loco, entre las pelusas de debajo de la cama, en la cesta
de la ropa sucia, en el rincón de la escobilla del váter.
Incluso le llegó a
poner trampas como si fuera un ratón. Pero la respuesta era escurridiza, no se
dejaba atrapar así como así.
Cuando un buen día,
por casualidad más que por su habilidad, logró trincarla por el cuello,
entonces no encontró la pregunta con la que la respuesta atrapada debía casar.
Se desesperó y vació
en el suelo los cajones en que tenía guardadas todas sus preguntas y rebuscó
entre ellas, apartándolas a manotazos.
Sabía que tenía diez
minutos, si en ese tiempo no encontraba la pregunta apropiada, la respuesta
recobraría su libertad. Esas eran las reglas del juego, las había establecido
él y no sería de recibo hacerse trampas a sí mismo.
Aunque tentado estaba,
como también le tentaba la idea de abrir la ventana y tirar por ella sin miramientos
tanta pregunta acumulada.
¿Por qué no?, se dijo,
y a punto estaba de arrojarlas a la calle sin misericordia, pero le dio pena.
Soltó la respuesta, que salió huyendo como un ratón, volvió a meter las
preguntas en sus cajones y se fue a la cama, una noche más, sin respuestas pero
acompañado.
P.D.- Desde El Taller El duende en la palabra queremos agradecer a Ricardo Popbelmondo la publicación de esta sección y a todos los lectores por sus comentarios dentro y fuera del blog. Otros proyectos literarios reclaman nuestra atención. Un abrazo y hasta siempre.
Ricardo Sanz
Nerja, mayo 2012
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