El gran secreto
Nadie se explicaba cómo aquella empresa había pasado en cinco años de ser un pequeño negocio familiar con apenas una decena de empleados a convertirse en una multinacional que cotizaba cada día al alza en las bolsas de todo el mundo. Sólo Arturo, el hijo del dueño, que se había hecho cargo del negocio cuando murió su padre, conocía el secreto. Y el Peque, su mejor amigo desde la infancia, al que Arturo había contratado, con toda intención, para estar en el ascensor a la hora de la entrada y de la salida de los empleados. Su cometido: reírse con esa risa contagiosa que siempre ha tenido el Peque.
Por Ricardo Sanz
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