viernes, 20 de abril de 2007

El tren en Nerja, sólo en fotos.

Viajar en tren es pop. Te asomas a la ventanilla y ves ante ti una película de paisajes. Imaginas que de un momento a otro aparecerán los indios o los forajidos flanqueando el caballo de hierro. Armado con un winchester defenderás tu vida. Miras por la ventanilla y junto a ti se sienta un extraño que te ofrece cometer un delito. El viaje en tren, aunque sean pocos minutos, es una traslación de tu cuerpo y de tu alma. Ir del punto A al punto B puede transformar tu vida. Pero a Nerja nunca ha llegado el tren. No ha tenido ni apeaderos ni estaciones. No ha habido ni taquillas que expidan billetes ni jefes de estación con relojes controlando la puntualidad. No se han oído silbatos que señalen la partida. Las parejas no se han separado con el resoplido de la máquina ni con la megafonía anunciando las salidas. No hemos disfrutado del romanticismo del andén. Aquí se abandona o se llega al pueblo en los rojos autobuses de Alsina Graells. Será por eso, a pesar de todo, que nunca me quiero ir. Hace unos años, al ver la exposición de fotografías de Juan José Márquez organizada por el Fotoclub Nerja, sentí la fascinación por las vías muertas, por los letreros abollados de pueblos perdidos en la meseta. Los trenes veloces permanecen detenidos para siempre en parajes infinitos. El humo de la locomotora sube, sube, sube. Por ahora no tenemos que esperar a nadie sentados en un banco, sin atrevernos a acercarnos a la vía, por miedo a que te empujen y termines como Anna Karenina. En Nerja sólo nos queda el trenecito. Nunca me subiré, no sea que tenga que compartir mi asiento con una excursión jaleosa cantando un extenso repertorio popular. Además no tiene ventanillas.

A continuación un audiovisual de la exposición de Juan José Márquez, realizada en el año 2003.

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