LA VOZ
Faltaban tres minutos para las 06:18 de la madrugada. Sofía se comía las uñas frente al teléfono, desesperada, impaciente. Necesitaba oír otra vez aquella voz grave, arrebatadora, firme y sensual que la poseyó al decirle: “Déjenos el dinero en el lugar acordado, si quiere volver a ver a su marido con vida. De lo contrario, la llamaremos a las 06:18 a.m. con muy malas noticias”.
Sofía no entendió las palabras, sólo oyó la voz, aquella cautivadora voz, cuyo eco continuaba resonando en su cabeza y la derretía de deseo. Enajenada, Sofía permanecía pegada al teléfono. Ya sólo faltaban tres interminables minutos para volver a escuchar aquella voz.
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