La picaresca está instalada en nuestra sociedad desde hace siglos. Una obra señera de nuestra literatura, de autor anónimo y escrita en 1554, El Lazarillo de Tormes, refleja las dificultades para vivir en aquella época. Había que echar mano de la picaresca para subsistir. El pícaro utilizaba la artimaña, el engaño y la estafa para desenvolverse.
La vida de Lázaro de Tormes, de sus fortunas y adversidades, fue la precursora la novela picaresca en Europa, junto con La vida de Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán. En Francia nos encontramos con la Historia de Gil Blas de Santillana. El principal ejemplo de la picaresca alemana es El aventurero Simplicissimus y, en Inglaterra, Daniel Defoe nos dejo Moll Flanders. Estos personajes se nos presentan como personas desfavorecidas, servidores de hidalgos en horas bajas. El pícaro puede incluso causar simpatía por su ingenio y desparpajo; en otros casos, desprecio: en la vida, aunque se engañe, hay que echarle su mijita de gracia.
Como el soniquete continúa y el furgón permanece en la esquina, no me resisto a hacerle ver que hay un error en el peso. Antes de disculparse, el "pícaro", con muy mala sombra me responde: “¡Qué quiere Vd. por 2 euros! ¡Sabe Vd. lo qué cuesta sacarlo!”. Por dos euros quiero lo que pregonan y no sé ni me interesa lo que cuesta sacarlo. Era la respuesta que debería haberle dado. Sonreí y me acorde de las Reales Ordenanzas de Carlos III, en uno de sus muchos artículos. Qué podía hacer, me dejé llevar por mi pensamiento, muy a mi pesar .
No sólo los tiempos cambian, los pícaros también.
Por Ricardo Bajo León
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