miércoles, 28 de marzo de 2012

En los libros todos amamos los creadores de argumentos.


El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en literatura se llaman Sófocles, Eurípides y Esquilo. Leyendo bien y con atención lo que escribieron estos tres griegos casi casi no se necesita leer más para haberlo leído todo. Ahí está el saber. Ahí los argumentos. Ahí los personajes, los arquetipos. Tras ellos, los demás prácticamente sólo han añadido una nota al pie. Sí que se han inventado nuevos géneros, cierto. Sí que ha habido quien ha puesto la casa patas arriba. A lo largo de los siglos ha ido evolucionando el cómo (nacimiento y muerte de la novela, del diálogo interior, de los tipos de narradores...). Así que sí, otros han encontrado nuevos moldes, pero la masa es la misma desde hace más de 2.000 años. Si a estos tres magos les sumamos a Homero, les debemos tanto que una vida entera dando gracias no es suficiente.



Sófocles


Eurípides



Esquilo
                                                                                                          


Ante Sófocles nos arrodillamos por Antígona, Edipo, Electra, Ayax, las Tranquinias... Mi corazón está enamorado de Antígona, pero hoy le toca el turno a otro de sus alumbramientos. Uno que ha inspirado por ejemplo, y yendo a lo más obvio, a uno, dos o doscientos wester: Filoctetes. Esta tragedia, ambientada en la guerra de Troya, cuenta que Filoctetes, mientras navegaba con sus compañeros hacia Troya, fue herido en el pie por la mordedura de una serpiente. A causa del hedor que despedía la herida, fue abandonado con malas artes en Lemnos: una isla desierta del mar Egeo. Nuestro protagonista rumia su dolor, su traición, su humillación pero, ay, los oráculos. Hay que tenerlos siempre en cuenta. El Oráculo dijo que Troya no caería miestras no estuvieran presentes allí Filoctetes y su arco, el famoso arco de Heracles. Una vez escuchadas estas sabias palabras, maldita la gracia que le tuvo que hacer a más de uno.  Por supuesto, ahora entra en escena el mayor personaje de todos los tiempos: Odiseo. Responsable del abandono de Filoctetes, tiene que buscar la manera de convencerle para que vuelva a la lucha. Y claro, la cosa no pintaba bien. De modo que Odiseo se busca la ayuda del joven, entusiasta e inocente Neoptómelo (hijo de Aquiles) y le dice que finja ser enemigo de los griegos, le diga a Filoctetes que viene a su rescate y así le lleve a la nave griega mediante engaño. El pobre Filoctetes se entrega lleno de confianza al joven. Incluso le deja el arco para que lo guarde. Mientras se dirigen a la nave, Neoptólemo, que le ha cogido cariño, se ve obligado a decirle la verdad. Ahí aparece Odiseo. Filoctetes en ese momento, roto, se niega a ir a Troya, prefiere morir de hambre y soledad. Que le roben el arco si quieren, pero él no irá. Ahí estaba la cosa y parecía que no había forma de resolverla cuando se produce uno de los famosos (y a veces cansinos) Dexu ex Machina: Heracles aparece en el cielo y le dice a Filoctetes, poco más o menos, que se deje de tonterías y vaya a la guerra. Veamos ahora si podemos imaginar a Filoctetes en la figura de un viejo vaquero, cansado y vencido por la vida, que en su juventud fue el mejor con su Winchester 73 en las manos y que, ya en su vejez, tiene que volver a la violencia por un asunto que le revuelve las tripas. A Odiseo le transformamos fácilmente en ese compañero de aventuras de juventud que sigue llevando una vida rodeada de violencia. Por supuesto, se odian a muerte debido a un asunto del pasado que tuvo mucho que ver con la renuncia de nuestro vaquero cansado. Y  Neoptólemo es ese joven que ha escuchado las aventuras de estos dos personajes de leyenda y que sueña con imitar sus hazañas, que cree tener tripas para enfrentarse a una vida de outsider pero que se da cuenta de que no está hecho de esa pasta. Filoctetes te soluciona un par de cientos de guiones en un momento.



Eurípides nos sitúa en el último día de Troya para contarnos la historia de las mujeres que pierden la guerra. La flota va a partir, y las Troyanas están siendo sorteadasHécuba, segunda esposa de Príamo, rey de Troya, grita la desesperación de los vencidos. Pregunta por el destino de cada troyana, que no puede ser otro que el de convertirse en parte del botín de guerra de algún vencedor. Andrómaca,  asignada al hijo de Aquiles; Hécuba, a Odiseo; Casandra, su hija, a Agamenón; Políxena, también hija de Hécuba, será sacrificada en la tumba de Aquiles. Casandra, canta su canción de boda lleno de odio contra Agamenón, anunciando que su boda será la causa de la ruina del jefe militar de los griegos. Los aqueos deciden matar al hijo de Andrómaca y Héctor despeñándole por los muros de Ilión. Menelao, rey de Esparta, llega para llevarse a Helena, prometiendo matarla en su tierra, donde no quieren ir las prisioneras, por ser la cuna de sus males. Las mujeres comienzan a discutir entre ellas: Hécuba alaba la decisión de Menelao de matar a Helena, pero le advierte sobre los encantos de esta mujer y la posibilidad de que le vuelva a enamorar en el viaje. Helena se defiende argumentando que la culpa es de Príamo, que no mató a Paris cuando nació, dando cumplimiento tal y como estaba profetizado al destino de Troya, que iba a ser destruida si el niño no moría. Culpa también a Afrodita que, en el famoso juicio, prometió concederle a éste el lecho de Helena.  Hécuba le responde que no fue Afrodita la vencedora, sino Afrosine, la lujuria, y que a todas sus insensateces dan los hombres el nombre de Afrodita. La tragedia llega a su punto más dramático cuando el pequeño cuerpo de Astianacte, el hijo de Héctor y Andrómaca, llega por Hécuba para que sea enterrado por instrucciones de su madre, que ya ha partido. Termina con las instrucciones a los soldados para que quemen Troya, partiendo las prisioneras en las naves aqueas hacia su incierto destino. Lamentablemente, este tema no solo ha sido tratado luego en cine y literatura, sino que la mujer como botín de guerra ha seguido siendo una constante a lo largo de los milenios.



Atribuida a Esquilo, Prometeo Encadenado nos habla de la creación de vida artificial, del amor del hacedor hacia su criatura, de los sacrificios que estará dispuesto a realizar por ella. De que cualquier criatura no creada por Dios está condenada. Nos cuenta el mito del titán Prometeo, que tenía la misión de crear la vida sobre la tierra: Fue el inventor del hombre y lo hizo sin concebirlo, engendrarlo o parirlo. Sólo necesitó de inteligencia, barro y agua. Pero Prometeo, que acabará amando como un padre a su creación, desobede el mandato divino y nos ofrece conocimientos que no debía habernos brindado. Y es que sin el consentimiento de Zeus, Prometeo nos regaló el fuego. El Dios le castiga entonces de la manera más brutal que imagina: le encadena a una roca por el resto de su vida, donde quedará expuesto a todos los sufrimientos posibles, siendo víctima de los ataques constantes de un buitre (el águila de Zeus) que le devorará el hígado hasta el fin de los tiempos: Siendo  inmortal, su hígado volvía a crecerle cada noche, y el águila volvía a comérselo cada día. El dolor que siente Prometeo es mucho más profundo que el simple sufrimiento. Pero nuestro héroe nunca pierde la esperanza de recobrar la libertad. Sus gritos desgarradores despertaban la misericordia de quienes se arrimaban a él, pero nadie era capaz de liberarlo ni de aliviar su gran sufrimiento. Hasta que llega el feliz día en que Hércules pasa por el lugar, ve la agonía de Prometeo, mata de un flechazo al águila depredadora y libera de este modo a quien amó como nadie al hombre, aceptando recibir todo el dolor del mundo por luchar contra la tiranía y darnos la luz.  Frankenstein, Blade Runner, Metrópolis... Todas beben de esta fuente.


Por Rita Sánchez.

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