domingo, 25 de marzo de 2012

Mirando a las musarañas (62) - Pálpito.

En mi itinerario mañanero para trasladarme al trabajo siempre he utilizado como medio de transporte el autobús, en mi época capitalina; en Nerja utilizaba el coche de San Fernando, lo que me reportaba grandes satisfacciones. En primer lugar, por el recorrido urbano hacia mi trabajo, Paseo del Balcón de Europa. Era un lujo ver amanecer. Esa bola de fuego que es el Sol, saliendo (según la estación) por los montes o por el mar junto al encuentro con las gentes que iban a sus quehaceres. No faltaba el saludo, aunque tú fueras para ellos un extraño, el saludo me reconfortaba.
 
El ir y venir en autobús se convertía en una de las cosas rutinarias de mi vida. Cierta mañana esa rutina se vio súbitamente alterada. Una joven de cabellos rubios abrazada a sus libros se subió en una de las muchas paradas del que era mi recorrido, un pálpito recorrió mi cuerpo, posiblemente se habría subido en otras ocasiones, pero yo no había echado cuenta en ella.
 
Desde ese momento lo rutinario se convirtió en un deseo, su belleza hizo que me fijara "platónicamente" en ella. Hasta el nombre era bonito. Sus amigas la llamaban María, y yo procuraba hacer coincidir mi horario con el suyo. Después de unas vacaciones, al comenzar el curso, dejé de verla. En cierta ocasión me sentí como el Doctor Zhivago, cuando tras los cristales del tren creyó ver a Lara en la estación de San Petersburgo. Desde el autobús me pareció ver sus largos cabellos, pero no eran los suyos. Todo volvió a la rutina.




 
No la he vuelto a ver y yo ya no estoy para pálpitos.
 


Por Ricardo Bajo León.

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