Abducción
Estaba
andando tranquilamente, los caracoles siempre andamos tranquilamente, si no, no seríamos caracoles, seríamos liebres
o coches o ejecutivas.
Y de repente me
abdujeron. Una poderosa fuerza tiró de mí, me elevó por los aires y me dejó
caer en un recinto oscuro lleno de caracoles. Pero no me alarmé, los caracoles
vivimos aquí y ahora, y eso que no hemos hecho ningún cursillo de desarrollo
personal ni estamos adscritos a ninguna corriente espiritual.
Así que me dediqué a
disfrutar de aquella orgía en la que había caído. Los caracoles, ya se sabe,
somos hermafroditas y aquello era un todos con todos que chorreábamos baba
hasta por las orejas, es una expresión, pues ya se sabe que los caracoles no
tenemos orejas.
En lo mejor de la
bacanal, esos seres que nos habían abducido, nos echaron en un caldero lleno de
agua hirviendo, ahora parezco más una pasa que un caracol, sigo consciente
porque, como todo el mundo sabe, el alma de los caracoles es inmortal.
Por eso no tengo
ningún miedo a ese alfiler con el que alguien, seguramente algún ser superior,
hurga en mi concha en busca de un cuerpo hecho una pasa que no tiene ninguna
importancia.
Espero reencarnarme en
una tortuga o, mejor, en una piedra, que es más lenta.
Por Ricardo Sanz
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