jueves, 22 de agosto de 2013

El Blues de Calle Carabeo.

Calles que no son calles, sino un torrente de gentío que te marcan el paso a ritmo de lametones a cucuruchos de euro y medio. Miras abajo para no pisar sandalias de pedicura francesa y miras arriba para  esos artilugios luminosos de moda, que según la publicidad, volaban ayer. Un pueblo costero no es un lugar confortable para los nativos, es una mina al aire libre de trabajo agotador en la que debes asumir tu condición. Ves colas por doquier, rostros que en lugar de darse un respiro sueltan su exasperación urbana. El bochorno te hace sudar nada más salir de la ducha. Y sin embargo, existen los momentos llamados oasis, en los que cierta poesía se abre paso.

 De pronto aparece un músico callejero lleva todo su mundo en una carretilla. Abre la pequeña silla plegable, con la pared blanca como respaldo. Acomoda el pie de micro. Chasquea la lengua para comprobar el volumen del ampli. Coloca la guitarra en una posición poco habitual, en horizontal, se enfunda en la mano izquierda el cuello de botella. Y nos quedamos con la boca abierta. Escuchamos una voz cálida, dulce, tierna, desvalida incluso, que en un primer vistazo parecería impropia de quien coloca su canastilla para que los viandantes depositen su voluntad. Cuando suenan las monedas, entre las barbas y el sombrero se dibuja una sonrisa y un tímido gesto de agradecimiento con la cabeza. Escuchamos bellas interpretaciones de blues, rock clásico de Chuck Berry, baladas tristes y una versión que me congoja del tema Blackbird de los Beatles. Y tal y como, mientras las pompas gigantes de jabón aún sobrevuelan en efímera vida, repliega su mundo, saborea la cerveza recién tirada por los camareros del restaurante próximo, no hace cuentas de la canastilla y por esa noche se nos acaban las nanas veraniegas que nos invitan a soñar.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Precioso texto, perfectamente retratada la emoción que provoca escuchar lo que no esperas y que te emociona, te eleva, te reconcilia con el gentío y el bullicio. Solo por artistas como este y por textos como este el verano merece la pena.