Victor, como cada mañana de tantos veranos, disfrutaba en la playa de la Lanzada, en el municipio de El Grove de la tranquilidad de las primeras horas del día, ya que por prescripción médica debía de huir del sol del mediodía. Con sus bártulos playeros, sombrilla, silla playera, toalla, un libro y un transistor, se entretenía con el ir y venir de las olas. Su blanca espuma le recordaba las blancas cumbres de Sierra Nevada. Su estancia en El Grove, municipio pontevedrés, no era casual. El sí quiero en el altar de la iglesia de San Martín, patrón de la ciudad, cuarenta años atrás, le había hecho ser un asiduo en los veranos. A Carmiña la conoció en los días grandes de la ciudad de los Carmenes, el Corpus. Ella hacía un viaje de fin de curso con sus compañeros de instituto y surgió un flechazo, que se convirtió en una relación formal, en un principio en la distancia y luego con idas y venidas al Noroeste y al Sur.
Los envites del Atlántico no tenían nada que ver con su mar, al que él llamaba lago, el Mediterráneo, y al que en su niñez se acercó en el municipio granadino de la Mamola, donde sus abuelos paternos poseían una casa a orillas del mar. En los tres meses de verano compaginaba sus estancias con sus abuelos maternos en Órgiva, en donde el agua también era protagonista de su vida, pues una alberca que servía para regar el huerto era el punto de encuentro de sus hermanos y primos en esos días del tórrido verano. Recordaba que las vivencias de su niñez en un paraje en el que el agua era protagonista, el mar, un riachuelo, una alberca... permanecerían siempre en el recuerdo. En esas estaba cuando en el transistor que tenía sintonizado con una emisora local, en la que sólo emitía música sin palabras, sonaron las señales horarias para dar paso a la información en cadena, sonido de esas señales que le hizo salir de esos recuerdos y prestar atención a la información. Como siempre ,corrupción, la prima de riesgo, las temperaturas y una noticia relacionada con el agua. El Gobierno anunciaba que subiría el precio de la luz y del agua. Dos gastos fijos en todas las casas, y motivo para discutir las parejas en la conveniencia de gastar más o menos luz y agua. Eso lo podía controlar, al vivir Carmiña y él solos, los hijos ya vivían lejos del hogar familiar.
Una cosa banal se transformó en preocupación, pensaba que con la subida del agua menuda tendría que formar para que le sirvieran junto al café un vaso de agua. Gustaba de beber agua después del café. Al tomar nota de la comanda el camarero, siempre le advertía, y por favor dos "vasitos" de agua, el camarero usualmente olvidaba de esa advertencia, y no le molestaba otra cosa que tener que volver a repetir la petición, una y otra vez sin que el camarero atendiera a ella. Para dar más contundencia al reclamo, optó por añadir que el agua era para tomar unas pastillas. Ni por esas. Siempre achacaba esa conducta del camarero para vender agua embotellada. Ahora con la subida del precio del agua sería imposible beber en una cafetería agua del grifo. Comentaba con Carmiña que en el Café Suizo en Puerta Real de Granada siempre te servían el café con los vasos de agua correspondientes, amén de haber en cada mesa una botella con un tapón negro y dos orificios para verte el líquido elemento.
Atento a las noticias no cayó en la cuenta de que estaba subiendo la marea, y en uno de esos envites una ola, se llevó la sombrilla, la toalla y el libro. A buen seguro que nunca se le olvidaría esa situación. El agua volvió a ser protagonista.
Por Ricardo Bajo León.
1 comentario:
Es verdad que el agua aviva los recuerdos. Y lo del vaso de agua en un café, es la realidad.
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