En la víspera del día grande de las gentes de la mar, la festividad de la Virgen del Carmen, me asomo a la bahía para contemplar ese mar por el que nos llegaron las civilizaciones, fenicios, romanos y mulsumanes, que dieron vida y cultura a nuestra tierra.
Mi mirada se pierde en el infinito horizonte mezclada con la proa, la popa y los contenedores de los barcos que fondean en nuestra bahía, a la espera, cual si se tratara de una estación marítima, para iniciar nuevas singladuras. Cuánta vida en su interior, cuántas peripecias y mala mar vividas por sus tripulantes y, sin embargo, permanecen ante mí sin caer en la cuenta de las historias que me podrían contar, como viejos "lobos de mar".
Ese paisaje de mar, de amaneceres, de puestas de sol y noches de luna que refleja su luz de plata en el ir y venir de las olas. Que en otro tiempo visionara desde el autobús en mi itinerario laboral. Me hace recordar que no sólo cultura, comercio y viajeros nos acercaba el mar, sino también todo lo que los barcos soltaban en sus limpiezas. Nuestras playas eran invadidas por una marea de alquitrán y quienes nos acercábamos a disfrutar de un día de playa, sin quererlo, manchábamos nuestros enseres de playa, y raro no impregnarse los pies de tan molesta sustancia. Igual que llevábamos las cremas para protegernos de los rayos del sol, había que incluir un bote con algún disolvente para limpiarse antes de volver a casa.
Qué diferencia con estos tiempos, en los que las leyes medio ambientales han puesto punto y final a tales desmanes, que por otra parte dañaban a los fondos marinos de nuestras costas. Hoy las playas están sucias y quizás no aptas para el baño por otras circunstancias, que nada tienen que ver con el medio ambiente, la formación y la educación.
Lo mismo que ocurrió con los barcos. Nunca es tarde…
Por Ricardo Bajo León
Foto extraída de aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario