Querido Miguel.
Hoy es el Día del Libro y sólo tengo una tumba escondida y olvidada, que además me pilla lejos, donde ir a dejarte un ramico de flores con el que darte las gracias por todo. Y me da mucha rabia porque es injusto. No terminamos de saber hacer las cosas: seguimos pecando por exceso o por defecto. Pero qué te voy a contar que tú no sepas. Con ese chulillo de Lope que ni prologarte tu novela quiso. Con ese oportunista de Avellaneda que no sólo se aprovechó de tu talento sino que tuvo la indecencia máxima de burlarse de tus heridas, de esa mano que perdiste en una batalla que, cosillas de la vida, ha pasado a la Historia. Con la de problemas que tenías en el trabajo y en la casa, ay. Así las cosas, no sé cómo pudiste a traer al mundo a ese hijo que trajiste. Porque hijo le llamas. Y lo mejor de todo, que no tenías ni idea de lo que habías soltado, libre, al mundo. Le diste el nombre de novela porque no encontraste en tu lengua una palabra con la que definir eso tan grande que te había quedado. Y de dónde, señor mío, de dónde sale tu criatura. Cómo te atreviste a cambiarlo todo. A que los protagonistas fueran personas cercanas, cómo osaste a cambiar las reglas del juego y decirle al lector que era él quien debía decidir si sacar provecho o entretenimiento de lo que estaba leyendo. Cómo tuviste las narices de hacer que tus personajes hablaran como lo hacían sus contemporáneos. Cómo fuiste capaz de reírte de todo y de todos, de hacer que tu protagonista enloqueciera no sólo por lo que leía sino también por cómo estaba contado eso que estaba leyendo. Barriste la casa entera y le regalaste a la gente un texto protagonizado por ellos y escrito como hablaban ellos. Le diste voz a todo y a todos. Dotaste de vida al pueblo. Y silenciaste a quienes pensaban que sólo hay una historia en personajes y hechos "elevados". Con dos narices. Abriste una puerta tan grande que los que vinieron detrás se encontraron el camino recorrido, listo para ser disfrutado o añadirle una nota al pie. Pero fuiste tú quien puso la pica en Flandes y a día de hoy no hay quien empate eso.
Ahora, que lo que pasa es que tu criatura está más viva que tú. Que no se sabe si los que existieron fueron tus personajes o tú mismo. Quién parió a quién. Bueno, eso, quizá, me pasa más a mí. En fin, que me gustaría preguntarte muchas cosas. En qué estado de gracia se crea algo así. De dónde vienen Alonso Quijano (¿estaba loco o se hacía el loco para poder vivir como le salía del alma?) y Sancho (que cuando lo vio todo claro me hizo llorar). Me pregunto si tú entenderías el follón que se ha organizado en torno a tu obra. Que el premio más importante en lengua española se llame como tú. Que todo escritor de los grandes se arrodille ante ti (vale, menos Nabokov, pero eso no lo ha terminado de entender nadie).
Hoy es el Día del Libro y sólo tengo una tumba escondida y olvidada, que además me pilla lejos, donde ir a dejarte un ramico de flores con el que darte las gracias por todo. Y me da mucha rabia porque es injusto. No terminamos de saber hacer las cosas: seguimos pecando por exceso o por defecto. Pero qué te voy a contar que tú no sepas. Con ese chulillo de Lope que ni prologarte tu novela quiso. Con ese oportunista de Avellaneda que no sólo se aprovechó de tu talento sino que tuvo la indecencia máxima de burlarse de tus heridas, de esa mano que perdiste en una batalla que, cosillas de la vida, ha pasado a la Historia. Con la de problemas que tenías en el trabajo y en la casa, ay. Así las cosas, no sé cómo pudiste a traer al mundo a ese hijo que trajiste. Porque hijo le llamas. Y lo mejor de todo, que no tenías ni idea de lo que habías soltado, libre, al mundo. Le diste el nombre de novela porque no encontraste en tu lengua una palabra con la que definir eso tan grande que te había quedado. Y de dónde, señor mío, de dónde sale tu criatura. Cómo te atreviste a cambiarlo todo. A que los protagonistas fueran personas cercanas, cómo osaste a cambiar las reglas del juego y decirle al lector que era él quien debía decidir si sacar provecho o entretenimiento de lo que estaba leyendo. Cómo tuviste las narices de hacer que tus personajes hablaran como lo hacían sus contemporáneos. Cómo fuiste capaz de reírte de todo y de todos, de hacer que tu protagonista enloqueciera no sólo por lo que leía sino también por cómo estaba contado eso que estaba leyendo. Barriste la casa entera y le regalaste a la gente un texto protagonizado por ellos y escrito como hablaban ellos. Le diste voz a todo y a todos. Dotaste de vida al pueblo. Y silenciaste a quienes pensaban que sólo hay una historia en personajes y hechos "elevados". Con dos narices. Abriste una puerta tan grande que los que vinieron detrás se encontraron el camino recorrido, listo para ser disfrutado o añadirle una nota al pie. Pero fuiste tú quien puso la pica en Flandes y a día de hoy no hay quien empate eso.
Ahora, que lo que pasa es que tu criatura está más viva que tú. Que no se sabe si los que existieron fueron tus personajes o tú mismo. Quién parió a quién. Bueno, eso, quizá, me pasa más a mí. En fin, que me gustaría preguntarte muchas cosas. En qué estado de gracia se crea algo así. De dónde vienen Alonso Quijano (¿estaba loco o se hacía el loco para poder vivir como le salía del alma?) y Sancho (que cuando lo vio todo claro me hizo llorar). Me pregunto si tú entenderías el follón que se ha organizado en torno a tu obra. Que el premio más importante en lengua española se llame como tú. Que todo escritor de los grandes se arrodille ante ti (vale, menos Nabokov, pero eso no lo ha terminado de entender nadie).
Un problemilla sí que hay, para qué te voy a mentir. Ahora mismo, la verdad sea dicha, a mucha gente le da un poco de repelús enfrentarse a tu novela. Parece que en estos quinientos y pico años hemos perdido o mutado capacidad de percepción, porque lo que en tu día fue un bestseller despreciado por la crítica hoy es un libro ante el que da miedo ponerse, incluso hay quien piensa que sólo lo leen snobs y pijillos. Tú, flipa. Hemos cambiado mucho. Yo le insisto al personal que pruebe a leerlo en voz alta hasta que le coja el ritmo, pero creo que ni por esas. Aunque me apuesto una mano a que el que empiece, no a leer, sino a escuchar tu quijote es incapaz de dejarlo. Lo mejor, a veces, es cuando alguien descubre que le escribiste una segunda parte. Sin la que la primera no sería lo que es, porque es mentira eso de que segundas partes nunca fueron buenas, para demostrarlo estáis tú, el Padrino II y El Imperio Contraataca. Que te quedó más oscura que la primera parte, es normal, con la de mili que llevabas en el cuerpo, pero que cuando llego a ese último párrafo me provoca siempre el mismo efecto: es la verdad. Triste, pero cierto. Así acaba todo y así moriremos todos. Lo importante, creo que es lo que querías explicar con tu obra, lo único que realmente importa es cómo se vive. Y que si hay que darse tortas con la realidad, no importa, que nos quiten lo bailao. Eso, y que la libertad es el mayor bien del que disponemos. Que seamos osados y tengamos la valentía de ser libres. Esa me parece la lección más hermosa y más difícil. Ole. Y gracias.
Por Rita Sánchez
8 comentarios:
Está claro, Rita, que te ha sido concedido el don de la escritura. Sí, ese mismo que tuvo D. Miguel, que, vale, a él se le salía por los poros, pero que otros administráis con sabiduría y sutileza. Un excelente artículo el tuyo.
Excelente,OLE,yo no se muy bien expresarme escribiendo pero se muy bien lo que me gusta leer y lo que no.Me encanta lo que escribes y siento lo que escribes.pipi.
Enhorabuena, Rita. ¡Genial!
¡Enhorabuena, Rita por tu escrito! ¡Genial!
OLE OLE OLE OLE OLE OLE OLE OLE OLE OLE OLE OLE OLE. Qué lujo tener estos artículos. Yo creo que vas a llegar muy lejos...
¡QUÉ BIEN!. Que bonito y que piropo,más acertado. Para la obra cumbre de las letras hispanas.
El jueves hay artículo nuevo de Rita????
Como todo último jueves del mes, en el próximo habrá nuevo texto "En los libros todos amamos..." de Rita Sánchez. Yo no me lo perdería.
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