jueves, 27 de octubre de 2011

En los libros todos amamos una primera frase perfecta.


Se puede empezar una novela de muchas formas. Una de ellas es agarrándote el corazón.
Por muchos motivos, la frase con la que arranca "Cien años de soledad" me sigue dejando con la boca abierta (y tantos años después sigo retorciéndome de placer con ese final, dios mío, ese final tan grande como el sol). Sin embargo, es el inicio de "El amor en los tiempos del cólera" el que ha acabado conviertiéndose casi en un mantra para mí: "Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados". Todavía no he encontrado quien hable de un suicida de manera más hermosa.

Kafka fue la honestidad hecha carne siempre, y muy especialmente con el arranque de "La Metamorfosis". Esto es lo que hay, entras o no en el juego: "Cuando, tras una noche de sueños intranquilos, Gregor Samsa despertó esa mañana, se encontró convertido en un enorme insecto". Es un inicio de cuento, de fábula, absolutamente fascinante y brutal. Como es natural, la historia que sigue está a la altura del problemón que plantea.

Pasa habitualmente: "Ana Karenina" también sale hoy. Porque esa novela es un ejemplo, una guía, el mundo entero con todos sus seres humanos desde el origen de los tiempos y en tan solo 1.000 paginas. No hay quien de más. "Todas las familias felices se parecen, las infelices lo son cada una a su manera". Sólo por esta frase un escritor sería capaz de matar y debería vender su alma al diablo.

Los primeros pasos en "Moby Dick" resultan también redondos, por el juego que platea su autor. En su versión original es: You can call me Ismael. En una de sus ediciones, creo que la más respetada, se tradujo como "Pueden ustedes llamarme Ismael" y su traductor escoge esta forma frente a otras porque resulta un exquisito endecasílabo. Porque ¿a quién se dirige Ismael? ¿a una persona o a un auditorio? ¿A gente conocida o a desconocidos? Es decir, ese "you" qué significa: ¿tú, vosotros, usted o ustedes? Moby Dick es una de las grandes desde su inicio, aunque hay que tener paciencia hasta encontrarse con la ballena.

Jeffrey Eugenides escribió Middlesex y ganó un Pulitzer. Normal. Veamos como comienza el asunto: "Nací dos veces: fui niña primero en un increíble día sin niebla tóxica en Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey,  Michigan, en agosto de 1974". Que levante la mano quien no quiera saber qué pasa durante esos 14 años. Yo entré en trance.

Otros libros son tramposos. "Solemne, el rollizo Buck Mulligan avanzó desde la salida de la escalera, llevando un cuenco de espuma de jabón,y encima, cruzados, un espejo y una navaja". Así comienza el Ulises de Joyce. Juro que cien tristes páginas más tarde nada de lo que leía tenía sentido para mí. Como si estuviera escrito en arameo, igual. Ahora, que no me rindo. En noviembre, benditas sean las vacaciones, lo volveré a intentar.


Por Rita Sánchez Ruiz.

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