La guerra cotidiana
Hoy mi jefe fue a parar al psiquiátrico. Hace tiempo que le observaba al señor Álvarez una conducta preocupante. Estaba obsesionado por el espionaje, decía que nos espiaban, bueno, especialmente a él, porque el resto de los empleados, que somos cinco, no compartíamos su paranoia. Él, cada día cuando llegaba al despacho, lo revisaba todo con método, ¡hasta en las papeleras se fijaba!
Estamos en guerra, Matilde, me decía. ¡Cyber war! Luego se sentaba en su sillón detrás del escritorio y durante un rato, clavaba sus ojos en el ventanal y luego en el monitor, los músculos tensos, la mirada fija, inmóvil. Por suerte el trajín del trabajo nos devolvía a la realidad.
Hoy, cuando entré en su oficina para que firmara unos documentos, me pareció verlo tranquilo, leyendo los mensajes del ordenador. Pero al rato oímos un tremendo estruendo que venía de su despacho. Todos nos asustamos. Cuando abrimos la puerta, el cuadro era desolador. La ventana rota, el monitor hecho trizas en el suelo y Álvarez ovillado bajo la mesa, los ojos como platos. Murmuraba: “Quisieron atacarme, Matilde, pero pude defenderme”. Cuando la ambulancia se lo llevó, seguía anunciando el peligro de una invasión inminente.
Por Marisol Calvelo
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