jueves, 24 de noviembre de 2011

En los libros todos amamos los grandes matrimonios.

Según la Real Academia, matrimonio es la unión de un hombre y una mujer (¿ampliarán la acepcción en la próxima edición?) concertada mediante determinados ritos o formalidades. Así dicho, definición bien sosa y para nada acorde con el caudal de emociones con el que esta institución ha sido reflejada en grandes novelas. Matrimonios célebres hay muchos, hoy tocan tres.
 
Y empezamos con Ulises y Penélope. Ulises es uno de los personajes más ricos que haya salido nunca de cabeza humana. Cuesta creer que este ser tan adorable y despreciable, aventurero y tramposo, héroe y villano no haya sido real. Ulises ya estaba casado con Penélope y tenían a su Telémaco cuando Paris y Helena prenden la llama de la guerra más literaria de todas. Entre Troya y el retorno a su hogar, Ítaca, Ulises tarda más de 20 años. Y es ese regreso lo que nos cuenta Homero en la Odisea. En este trayecto de vuelta, Ulises tiene tiempo de enamorarse y tener un hijo con la bruja Circe, a la que abandona cuando se acuerda de que lo que realmente quiere es llegar al hogar. También encuentra hueco para enamorar a la ninfa Calipso, con la que pasa largos años en los que se entregan al deseo por la noche para por la mañana él arrepentirse y volver a lo mismo a la caída del sol. Calipso no se rendía y tuvo que intervenir la misma Atenea para "liberar" a Ulises de las garras de esta loba. Pero no queda ahí la cosa, porque todavía tuvo tiempo de casi casarse con Nausícaa, la hija del rey de Esqueria. Pero siempre le pasa lo mismo: cuando parece que va a asentarse en otra tierra, recuerda cuál es la que le llama. Y finalmente llega a Ítaca. En estos 20 años, Penélope, bellísima y listísima, ha tenido la friolera de 108 pretendientes que le querían hacer ver que su marido ya no iba a volver. 108 la rondaron durante 20 añós y ella siguió firme y fiel a aquél al que amaba. Se protegía de la jauría de lobos con el truco de la hacerles creer que les daría respuesta cuando terminara de tejer la mortaja de su suegro, Laertes. Y, como todos sabemos, lo que tejía por la mañana lo destejía por la noche. Y así, tejiendo y destejiendo, 20 años. Cuando llega finalmente Ulises, lo hace vestido de mendigo. Nadie le reconoce, pero se descubre ante su hijo. El hijo y el padre matarán a todos los pretendientes de la madre una noche, pero ese es otro asunto. Habiendo pasado tanto tiempo y tantas cosas en ese tiempo, es normal que Penélope no se crea que el que tiene delante es su Ulises ni aunque su propio hijo se lo diga. Nein. Penélope quiere pruebas. Quiere su señal secreta, ese hecho que le despeje todas las dudas, porque no se fía, cree incluso que los dioses, que tienen su particular forma de divertirse, hayan podido crear un doble de su marido. Ulises, que para algunas cosas es un poco simple, pensó que iba a ser ducharse y vestirse de limpio y su mujer iba a tirarse a sus brazos. Ja. Y ahí Ulises se mosquea, porque no sabe qué hacer para convencer a su esposa de que él es él. Y ahí estuvo Penélope muy rápida: manda a su criada, Euridea, a preparar la habitación en la que dormirá Ulises, que vaya preparando la cama y ponga "la recia armazón". Y ahí Ulises muestra toda su ira porque no entiende cómo Penélope ha sido capaz de quitar una cama que él mismo construyó y que describe hasta el mínimo detalle. Esa era la prueba que ella quería, puesto que nadie salvo ellos dos habían estado en esa alcoba. Es el gran momento en el que finalmente se abrazan y el héroe llora. El lector llora con ellos.




 
Amor interracial, matrimonio con la familia en contra, subalternos arrivistas y el fantasma de los celos. Esto es Otelo, de Shakesperare, of course. Desdémona, hija de Brabantio, y pretendida por multitud de jóvenes guapos, ricos, de buena familia y blancos como la nieve, no tiene otra cosa que enamorarse hasta las trancas de Otelo, capitán al servicio de Venecia, joven, aventurero, rico, pero para su futuro suegro, simplemente, el moro de Venecia. Brebantio recibía al ínclito en su casa con toda la alegría del mundo y escuchaba todas sus aventuras en éxtasis, y no se daba cuenta de que su hija entraba en lo mismo, y que ella todo lo que quería era estar junto a alguien tan arrojado. Otelo se enamora de ella, tan bella, tan dulce, tan valiente y Desdémona, pasando de todo el mundo, acepta loca de alegría casarse con él. En secreto, claro está. Pero ahí tenemos al personaje más rastrero que hayan dado nunca las letras, Yago, que ve cómo Otelo asciende lugarteniente a Cassio en lugar de a él. Y no ve mejor forma de solucionar esta desagradabe situación que empezar a malmeter todo lo que puede y más y hacer creer a Otelo que Desdémona y Cassio son amantes. Yago consigue que su mujer se haga con un pañuelo, gran herencia familiar de propiedades mágicas, que Otelo le regaló a Desdémona, y con esa prenda en su poder, empieza a elaborar un plan. Desdémona está deseperada buscando el pañuelo que Otelo ya sabe que ha perdido y pide ayuda a Cassio. Cassio está enamorado de Bianca y Yago lo sabe. Esconde a Otelo en una sala en la que va a mantener una conversación con Cassio sobre Bianca pero hacíendo creer a Otelo que es sobre Desdémona. Para más inri, aparece Bianca dándole a Cassio el pañuelo de Desdémona. Otelo, viendo todo esto, y sin pensar, va hacia su alcoba donde se encuentra su mujer, que no sabe qué le pasa a su marido, puesto que ella no hace otra cosa que amarle apasionadamente, no entiende sus celos, es absolutamente ajena a todas las intrigas que la rodean y no puede comprender por qué el amor de su vida, ese hombre por el que lo ha dejado todo, la estrangula. 




 
Vía Revolucionaria, de Richard Yates es, posiblemente el Madame Bovary del siglo XX. Frank y April. Un matrimonio joven, hermoso, de ideas elevadas, rico en sueños, en intereses, enamorados de las artes como forma de vida superior. Y frente a todo esto, a este mundo de ensueños, de esperanzas e ilusiones, la realidad. Con su peso plomizo. Realidad que va descendiendo y aplastando todo el entramado que hace posible vivir un día más. Este novelón arranca con un una pelea antológica que gira en torno al fracaso de una humilde obra de teatro. April, que intenta llenar su vacío en torno a la interpretación, fracasa en su noche de estreno. Y como la actuación en ella no es pulsión sino excusa, la abandona. Para dejarse ahogar poco a poco. Y Frank, que en el fondo podría ser feliz llevando la sencilla vida que lleva, o al menos podría acabar no pensando en la felicidad, se va ahogando poco a poco junto a ella. Porque April necesitaba pensar que Frank era un genio destinado a hacer grandes cosas y que ella iba a reflejar la luz que él proyectara. Frank sabe que no lo es, pero se ha dejado arrullar por esos cantos de sirena que han ido a más hasta que han acabado estallando desesperados, arrasando con todo. Por supuesto, no va a haber salvación posible para ninguno. 





Por Rita Sánchez

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