domingo, 20 de noviembre de 2011

Mirando a las musarañas (45) - Los olores.


El Perfume, novela del escritor alemán  Patrick Süskind, se desarrolla en la Francia del siglo XVIII, época en la que la población estaba acostumbrada al hedor. Esta historia nos cuenta la vida de Jean B. Grenoullie: hombre de exquisito olfato, hecho que le sirvió para desenvolverse en la vida; pero inodoro, lo que le valió el desprecio desde su nacimiento.

La lectura de El Perfume hace que ponga de manifiesto la importancia de los olores sin ser un perfumista, como el personaje de la novela. Considero que los olores reavivan recuerdos y momentos de la vida. Cada estación del año tiene su olor y cada persona tiene un olor diferente. Los perfumistas aseveran que cualquier perfume huele de diferente manera según el olor corporal de cada cuafl.

En esta estación otoñal, las calles huelen a tierra mojada y a castañas, olores que me recuerdan los juegos que de niño practicaba al aire libre, con la tierra mojada, clavando unas pequeñas navajas o pinchos en la tierra para ir acorralando a nuestro contrincante en el rectángulo que previamente habíamos señalado. El olor a castañas asadas me acerca a los días del frío invierno antequerano: el calor del cartucho en el que nos las vendían calentaba nuestras manos.


Desde primeros de noviembre hasta mediados de diciembre, un olor a canela, ajonjolí y a manteca me anuncia la inminente llegada de la Navidad. Los olores de las especias me hacen vivir esa tradición secular y tan española de la matanza del cerdo por San Martín. Había especialistas, los llamados matarifes, que iban a las casas a matar el cerdo. En torno a esta tradición se vivía un reencuentro familiar, en el que todos colaboraban: unos preparaban las tripas para rellenarlas, bien como morcilla o chorizo; otros, a preparar la masa para el relleno: se salaban las patas que se convertirían en ese manjar que es el jamón, labor que ejecutaban los anfitriones de la matanza.

El  olor a azahar me advierte  de la llegada de la primavera y de la fiesta grande de Andalucía,  la Semana Santa, que, junto con los olores a la miel de las torrijas y pestiños y al pabilo de las velas, me trasladan a otros olores de mi niñez, cuando el olor del perfume de las personas que se asomaban al balcón de mi casa me hacía saber el paso de las procesiones: olores como Madera de Oriente o la famosa colonia La Maja de Myrurgia.

Un olor a algodón de azúcar, a patatas fritas y una copla, El Emigrante, me recuerdan al verano con sus fiestas y ferias.

Benditos olores y bendito olfato que me traen recuerdos, buenos y menos buenos, que me hacen sentirme feliz. Todo lo contrario que le sucede al protagonista de la novela,  Jean B. Grenoullie.

Por Ricardo Bajo León.

1 comentario:

Luis dijo...

Bonito y evocador. El olfato es el más nostálgico de nuestros sentidos. Me ha gustado mucho leerlo.