domingo, 27 de noviembre de 2011

Mirando a las musarañas (46) - Adviento.


Hoy es el primer domingo del Tiempo de Adviento, el más  cercano al 30 de noviembre. El Adviento, en la Liturgia de la Iglesia Católica, es el tiempo de preparación para la venida del Salvador, y termina en vísperas de Navidad. Son los días de espera que culminan con el Nacimiento del Niño Dios. Quizás y sin quizás en estos días, la liturgia camina por senderos de esperanza y alegría por el acontecimiento más grande del orbe cristiano.

La Iglesia, pese a sus muchas reformas (y siempre desde un punto de vista subjetivo), creo debería reformar el ritual del Sacramento de la Penitencia-Confesión, no en su fondo pero si en su ejecución. La Iglesia envejece, no en su tiempo sino en sus miembros. Los bancos en los días de precepto son un mar de cabelleras blancas; los sacerdotes, en su mayoría, prolongan su vida dedicada a la Iglesia por falta de vocaciones que hagan posible el relevo generacional. Por lo tanto, las facultades tanto de los ejecutantes como de los fieles practicantes van perdiendo fuerza. En concreto me refiero a la capacidad auditiva.



Lo que debe de ser un acto de confesión confidencial se convierte en un espectáculo que pone nerviosos a los que asistimos a la Santa Misa: entre el confesor y el penitente se establece un dialogo audible casi desde cualquier punto de la iglesia con la consecuencia de que los fieles que están cerca del confesionario se enteran de la vida y pecados del penitente. Cuando asisto a Misa, procuro sentarme lejos de los confesionarios para evitar escuchar lo que uno no quiere, pese a mi curiosidad innata. 

En estos tiempos de móviles hasta en la sopa, por los que estamos al día de la vida y milagros de nuestros conciudadanos, lo que nos faltaba es saber también sus pecados.

Que Dios nos coja confesados, confidencialmente.  

Por Ricardo Bajo León.

2 comentarios:

Beatriz. dijo...

Debe ser que usted tiene el oido muy fino... Llevo toda la vida asistiendo los domingos a misa, y desde hace unos 10 años acudo a una parroquia de Málaga, en la plaza de San Ignacio, la Parroquia del Sagrado Corazón, donde tengo contados a siete párrocos distintos. En esa parroquia hay ocho confesionarios, cuatro en cada ala. Cada tarde, al menos cuatro, están en servicio antes de las cuatro misas diarias. El más joven de estos párrocos, que tiene una cara de simpático impresionante, siempre sonriente, y con el que me he confesado en varias ocasiones, llegando a llorar de felicidad, no tendrá menos de los sesenta años. De ahí para abajo, al más mayor puedo calcularle los noventa bien cumplidos sin temor a equivocarme. Cuando él celebra la misa, hay que afinar muy bien el oído, porque habla bajito, es verdad, pero jamás, jamás, he oído con claridad los pecados de nadie. Quizá alguna vez un murmullo. Pero cuando eso ocurre, tonta de mí, siempre he pensado que el cometía el "fallo" era el que contaba sus pecados, que no tenía reparos en alzar la voz en un momento tan íntimo como ese, igual que la señora que grita cuando canta, o el señor que lo hace cuando reza el credo.

EL QUE MIRA LAS MUSARAÑAS dijo...

Gracias Beatriz, por su comentario sobre mi ensayo titulado Adviento. También he escuchado y escucho misa en esa Parroquia del Sagrado Corazón, y hay confesores jóvenes y otros menos jóvenes. Y es verdad que quizás el penitente eleve el tono de su voz y ese murmullo me haga pensar que quienes aguardan el momento de confesarse puedan oír los pecados. Yo digo que me alejo para no escuchar ni tan siquiera el murmullo-Quién evita la ocasión evita el "peligro"-. Sé que la confidencialidad no se pierde por el sacerdote sino por el penitente que como Vd. dice, eleva el tono de su voz y por quienes aguardan para confesarse que no miden la distancia con el confesionario, incluso esperan turno en el mismo confesionario. Convendrá conmigo que la agudeza auditiva se va perdiendo con el paso de los años,tanto para el confesor como para el penitente. Y eso haga que se eleve el tono de voz y lo que uno puede pensar que se escucha nitidamente, es sólo un murmullo.